Yo no sé, no. Pedro me dice que cuando era chico, él pensaba que el origen del mundo, o cuando arrancó todo, seguro habrá sido en enero, a pesar de haber visto desde pequeño a las más hermosas primaveras para el lado de Villa Eloisa. Muy influido por el almanaque y por la verdulería de don Ángel, porque en enero aparecían las mejores sandías y unas uvas que eran una delicia, siempre decía: “Para mí, la mandarina (la fruta que más le gustaba) se equivocó de estación, pero bueno”. Esa cuadra donde estaba la verdulería parecía renacer en enero, a pesar del calor, lo que reforzaba su idea del origen o comienzo del mundo. Don Ángel era un tano, o sea de origen Italiano, mientras que el dueño de la granja de la esquina de Callao y Zeballos, que abría al toque que salían los cajones de frutas y verduras, era de origen español. O sea, para nosotros, un gallego. Para el otro lado, yendo como para Rodríguez, había otra granja y el dueño era (o por lo menos le decían) turco, así que su origen sería de medio oriente o por ahí. Y el de la farmacia parecía un inglés. Por lo menos así le decía Miguel, que vivía pegadito a Pedro y era de origen criollo y radical. El origen de sus recursos era la quiniela clandestina que levantaba por los bares de Ovidio Lagos, y estaba casado con doña Victoria, una adorable afroamericana criada por unos blancos de origen sajón (porque se parecían al farmacéutico).

El padre de la Tolita (una vecina) era de origen administrativo, por lo menos así lo veía Pedro: siempre con carpetas y cumpliendo horarios, salía a las 8 y volvía pasado el mediodía, y revolucionó la cuadra con su 600 cero kilómetro.

Por esos años, la inversión en las automotrices de origen extranjero se aceleraba, y en la casa de su madrina apareció en las paredes un santito de origen mapuche venido a salesiano: Ceferino Namuncura.

Eran los primeros años de una revolución que se plasmó un 1° de enero, y que para Pedro era algo misterioso, porque el único que hablaba con entusiasmo era su tío Pedro (sí, se llamaba igual que él), un marxista que admiraba a Evita. Para Pedro, si era contemporáneo a las uvas y las sandías, seguro sería algo bueno.

Los primeros eneros de los 70 nos agarraron más al sur de la ciudad y el descampado, y la proximidad con las vacas del tambo de Tito. Y, aunque calurosos, seguíamos sosteniendo que enero era el mes del comienzo de todo. Ya a mediados de mes, pensábamos cuánto faltaba para los carnavales.

Y fueron años en los que diciembre, deportivamente hablando, era el origen de nuestras primeras alegrías. El barrio, además de tanos, gallegos, turcos y paisanos judíos, empezó a crecer con familias de provincias vecinas, así como pequeñas patrias dentro de la patria que era el barrio: correntinos, cordobeses, chaqueños, entrerrianos, santiagueños. Y al tiempo, sus crías serían como nosotros: el origen, ¡de acá!

Pedro, hoy, me dice: “Sabés cómo deseo que este enero sea el origen de algo bueno.

Porque a esta altura muchos sabemos que el origen de nuestros males viene desde el comienzo, cuando el coloniaje miserable se impuso a la idea de una patria de y para todos.

Hoy, que por ahí se cuestiona a la ciencia (vacunas) maliciosamente, por su origen, tenemos que redoblar el esfuerzo para que todas esas pequeñas patrias de origen diverso se unan, por lo menos por abajo”.

Los dos nos quedamos mirando a unos pibes, que no llegan a 5 años, con el barbijo puesto. Van agarrados de la mano, cuidándose, rumbo a la granjita, y Pedro me dice: “Quizás sean esas pibas y pibes el origen de un futuro que, para bien, ya llegó”.

 

Fuente: El Eslabón

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