El club 1º de Mayo cumplió 42 años de vida. Por la entidad, que se erigió en terrenos de la CGT ubicados en el populoso barrio Rucci, pasaron los ex canayas Javier Cámpora y Eduardo Tati Bustos Montoya, y el leproso Leandro Coty Fernández.

El Día del Trabajador de 1979 –que por aquel entonces cayó martes– se levantó a paso lento un modesto club en pleno barrio Rucci, en terrenos de la Confederación General del Trabajo (CGT). Su nombre completo es Club Atlético Social Deportivo y Cultural 1º de Mayo, y un par de sábados atrás celebró los 42 años de existencia. Un quincho de paja era la única infraestructura con la que contaba en sus comienzos, en el por entonces joven barrio rosarino que con el tiempo fue ganado por el sector inmobiliario, y al que la última dictadura cívico militar le quitó el nombre del reconocido sindicalista argentino, y lo renombró Primero de Mayo. Pero a la entidad deportiva luego se fueron sumando un salón cerrado, pileta de natación y canchas de fútbol. Pablo D’Angelo se crió en el lugar casi a la par del club que hoy preside, y es hijo del histórico mandamás de la institución que sobresale por sus equipos de fútbol, aunque sin descuidar el laburo social y las distintas disciplinas.

Juntos a la par

“Yo recién había nacido cuando arrancó todo. Con mi familia vinimos al barrio en el 81”, cuenta de entrada Pablo en diálogo con El Eslabón, y le aporta a su relato sobre los orígenes de la entidad lo que fue recabando de la memoria de los mayores: “El club era un quincho de paja y no había más nada. Después se hizo una canchita de fútbol 7 atrás, que ni alambre tenía, era con soga y esto era todo campo”. Pero después de esos pasos iniciales, de levantar los primeros cimientos, la cosa en materia de infraestructura fue mejorando: “Después se fueron haciendo cosas, como el salón, luego la pileta, el techo parabólico, la cancha de 7 se fue alambrando, se hicieron los vestuarios, fue creciendo año tras año”.

Una pelota de fútbol fue lo primero que rodó en aquel tiempo de mucho verde y poco cemento. “Cuando arrancó esto había sólo fútbol como deporte. Luego se logró hacer, primero el piso y después el parabólico, y desde ahí se empezó a practicar voley, patín, al principio al aire libre y después en espacio cerrado”.

El sueño de la cancha propia

La sede está emplazada en terrenos que aún hoy pertenecen a la central obrera “porque aún no logramos poner eso a nombre del club”, lamenta D’Angelo, y agrega que “lo único que no teníamos ahí en nuestra sede era la cancha de 11, que estaba atrás, enfrente del (supermercado) Macro, donde está la cruz del Padre Ignacio”. Es que ese lugar era “un espacio privado –indica– que en un momento nos habían prestado para poner la cancha, la tuvimos varios años ahí, pero después el dueño tuvo que poner un galpón para una fábrica y nos corrió, así que estamos sin cancha”.

Sin una localía como corresponde, el 1° de Mayo recibía a sus rivales en campos prestados, que alquilaba. “Estamos practicando en un predio municipal en Cristalería que nos prestaron, por una gestión de Adrián Ghiglione (Secretario de Deportes de la Municipalidad), que nos lo prestó por 5 años, porque antes estábamos pagando el alquiler de un predio para practicar y otro para jugar, para hacer de local. Eso nos benefició en un sentido económico”, resalta el máximo directivo de la entidad que usa como identificación los colores azul y blanco, y por la que dejaron sus huellas con los cortos puestos jugadores tales como Leandro Coty Fernández, con pasado en Newell’s y River; el Cachorro Javier Cámpora, ex Central y Huracán; y el Tati Eduardo Bustos Montoya, que también vistió la del Canaya, la de Independiente, entre otras casacas.

En cuanto al fútbol –que tantas alegrías le dio a la entidad con los ascensos a la máxima categoría de la Liga Rosarina en 1993, 1999, 2001, 2007, además de los títulos conseguidos en el Torneo Ivancich en las temporadas 1995/96 y 1999–, el Presidente resalta que “este año pudimos armar todos los equipos para cancha de 11, el baby y las inferiores hasta la Primera. Armamos también toda la línea de futsal, desde veteranos hasta menores”. Pero además, cuenta Pablo, “se está armando voley para niños, ya tenemos a varios practicando. Tenemos patín competición, patín artístico. Además hay gimnasia, judo, que son disciplinas que tenemos hace varios años”.

En el nombre del padre

“Yo siempre fui ahí, mi viejo fue mucho tiempo presidente hasta que falleció en 2011”, relata Pablo, con un dejo de nostalgia, sobre el legado que le dejó José Osvaldo D’Angelo, su padre e histórico mandatario del club, gestión en la que “se hicieron la pileta, el parabólico, el piso y un montón de obras”, según subraya su hijo.

Ya entre risas, el entrevistado saca de su memoria una de las tantas charlas con su padre en tiempos en los que aún permanecía en el cargo máximo de la institución, en la que también se referencia otro padre, como el conocido Ignacio Peries, cura párroco de la iglesia del barrio. “Cuando yo era chico siempre discutía con mi papá porque le decía que deje todo; es que queríamos ir los domingos a comer un asado y venía uno, el otro, y no lo dejaban comer siquiera. Entonces le decía que dejara todo, así comíamos tranquilos. Y él siempre me decía «noo, yo lo hago por ustedes, para que se queden acá en el club». Y ahora me está pasando lo mismo a mí, que lo hago por los nenes mios, para que estén ahí en el club, que hagan su deporte”. 

La gestión de D’Angelo hijo es de apenas dos años y medio, y claro está, se ve atravesada por la pandemia, que no figuraba entre los tantos problemas que tenía el club, a la hora de asumir el cargo mayor. “Cuando asumimos teníamos 300 socios activos y hoy duplicamos esa cifra. Pero enseguida nos agarró la pandemia, y lo complicó todo”. En aquel momento, al igual que varios de los clubes barriales de la ciudad, no se quedaron cruzados de brazos esperando que pase el temporal epidemiológico (que todavía sigue, y más fuerte que nunca), y se pusieron a cocinar para las y los vecinos del humilde barrio Rucci. “Hicimos ollas populares con los chicos del barrio, hacíamos 500, 600 platos todos los domingos a la noche. Venía mucha gente, que no la pasó para nada bien durante ese período de cuarentena, porque no podían salir a trabajar, estaban complicados. Pero cuando empezaron a abrir un poco y pudieron empezar a trabajar, lo levantamos, porque por suerte venía cada vez menos gente. Estuvimos dos o tres meses haciendo eso”, cierra.

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