Yo no sé, no. Había oscurecido como a las 7 de la tarde y a Pedro le habían dicho que esa sería la noche más larga. Sentado sobre el seguro cordón de la vereda, seguro porque entre otras cosas casi ningún vehículo pasaba por esa empedrada calle Zeballos, se dispuso a pensar cuán larga sería esa noche y se apoyó en el grueso tronco del plátano. A unos metros, las ramas secas hacían una montañita que crecía y que preparándose para el fuego parecía. Lo cierto es que no duró tanto su vigilia, a las 8 del otro día, desde la cama se preguntaba cuántas horas oscuras la noche más larga tendría. 

La radio decía que ya estaban en el solsticio de invierno. Asomó la cabeza por la ventana, a ver si notaba algo en el sol, miró si los helechos se habían modificado, si su revólver de lata seguía siendo uno, y si las cuatro bolis lecheritas seguían siendo cuatro. Todo seguía igual. Quizás no le agarró bien la luna, pensó. La hermana le había dicho que en un libro estaba escrito que los pueblos del sur, para esa fecha, le rendían ofrendas a la tierra como para que se multiplicara lo que de ella se obtenía. Él quería otro más de cebita y unas cuantas más lecheritas. 

Los diarios de esos días titulaban que a toda lista que tuviera peronistas, se la prohibía. Que el Vaticano tenía nuevo Papa y que el zorzal criollo cada día canta mejor, recordando el trágico accidente en Medellín. Años después, en una canchita del sur de la ciudad, a la madrugada de San Juan, esperando que la fogata hiciera lo suyo con los camotes, recordó que por ahí, por dónde se mueve el 8, un domingo, Betito, que era un zurdo habilidoso, se plantó en el medio a la manera de un 5 y salvó las papas del fuego y evitó una goleada. Se perdió, pero por la mínima diferencia, ante el poderoso Gaboto, que tenía a Mecosqui en su mejor momento. Una noche fría, esperando el 15 en Oroño y 3 de Febrero, le decía al Indio Daniel (un compañero de curso): “Tendríamos que haber hecho una gran fogata en este bulevar, tan frío, desolado, como para llenarlo de vida, de calor, de lucha”. El Indio, que tenía los cables a tierra, le dijo: “Este solsticio viene mal barajado”. Era el primer invierno de una dictadura sangrienta que sufría la Patria

Hoy, cuando vemos que las culturas de los originarios están un poco más presentes, estaría bueno arrancar desde ya, desde hoy, con los cuidados que hay que tener.

Pedro mira para el lado de donde hubo una cancha, y también unas cuantas ramas que la escamonda dejó, y me dice: “Cómo dirían los originarios: En este San Juan y en este solsticio, habría que respirar el fuego, sentir nuestras raíces, despedir al bicho y a los miserables. Agradecer a nuestros dioses y a los compañeros. Y respirar, respirar Patria”.

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