Yo no sé, no. “Agosto, agosto el ventoso”, repetía Manuel mientras volvíamos caminando por Lagos con un fuerte viento en contra y caluroso. “Lo bueno es que la cancha corre de este a oeste –dijo Pedro cuando llegamos a Biedma, mirando para el lado de Oroño y en el partido de esta tarde el viento será imparcial”. Yo trataba de ver el precio de las costeletas en un cartel que estaba colgado de tal manera que una ráfaga de viento cruzado lo movía para arriba, para abajo, para un costado y para otro. Era raro porque el viento era un viento norte y ese cartel estaba en una vereda que corría de este a oeste, y además era lo único que se movía con tanta intensidad: a su lado las ramas de un paraíso estaban tan quietas que el árbol parecía petrificado. Manuel aprovechó ese momento de asombro en que nos encontrábamos para decir que él vio, en un agosto similar, cómo un fuerte viento, o mejor dicho ráfagas de viento cruzado, arrancaban letras escritas con tizas de los carteles. También vio cómo del afiche de una zapatilla del negocio de Biedma y Lagos se volaban los cordones. Antes que siguiera fantaseando, Pedro le tiró por abajo, como para que le devolviera una pared, un bollito de Imparciales y le dijo: “Por abajo, Manuel, por abajo. Así tenemos que jugar esta tarde”.

Cuando pasamos por el club La Palmera, el viento parecía cambiar de dirección y en un momento lo sentíamos a nuestras espaldas, como empujando a nuestro favor. Doblamos por Crespo hacia 24, atraídos por un cartel de un nuevo kiosco que decía: “Kiosco Marta. Cigarrillos, Seven y de maicena el más grande y mejor alfajor”. Al rato, sentados en el cordón de la vereda, mientras luchábamos para que los alfajores no se desgranaran y se los llevara el viento, vimos pasar un carro con unas chapas. Algunas tenían letras, otras tenían números, otras, nombres de pibas. El viento norte y sus ráfagas que parecían seguirnos se pusieron más calurosos. Esa tarde, en el partido pactado con los de Oroño, la pelota, por culpa del fuerte viento, no entró en ninguno de los arcos. A la tarde noche el viento seguía fuerte. Eso sí: con una temperatura más de agosto. Mientras nos fumábamos los últimos puchos vimos un viejo cartel de chapa con la imagen de una Seven de litro que el viento trajo y colgó en uno de los alambres cerca de la laguna. Manuel, que estaba cerca del alambrado, levantó el cartel y nos dijo casi a los gritos: “Qué loco este viento norte. Miren, se lleva las siete burbujas de la Seven”. Al rato oímos a un carro con chapas (carteles) yendo para el lado de Biedma. Nos fuimos a dormir con un viento sur que ponía la temperatura en su lugar. Esa noche Pedro soñó que el carro, el último que vimos, venía a reparar lo que el viento loco del norte había causado. Esa noche volvieron, para entrar, todas las pelotas; esa noche volvieron las burbujas, se quedaron quietas las costeletas y volvieron todos los cordones de las flechas blancas.

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