A la sombra de un farol
Yo no sé, no. Manuel sentía que se quedaba con las ganas de festejar en la noche del 24, la noche de San Juan. Una, porque en esos días no paró de llover, inclusive el 24, y otra porque venía perdiendo la discusión.
Yo no sé, no. Manuel sentía que se quedaba con las ganas de festejar en la noche del 24, la noche de San Juan. Una, porque en esos días no paró de llover, inclusive el 24, y otra porque venía perdiendo la discusión.
Yo no sé, no. Manuel había visto en la pastería de Biedma casi San Nicolás que por primera vez la oferta de la semana eran fideos verdes, y cuando pasó por la verdulería de doña Fortu preguntó cuánto estaban los atados de espinaca
Yo no sé, no. Manuel esa semana nos decía con cierta preocupación que por más que estábamos detrás de un mangueo a nuestros viejos por el medio aguinaldo, que en esos días estarían cobrando, seguíamos con una escasez monetaria com
Yo no sé, no. “Tengo una noticia, mejor dicho tengo tres”, nos dijo Manuel mientras guardaba las dos hojas de diario con que la verdulera le había envuelto la docena de huevos que acababa de comprar.
Yo no sé, no. Manuel venía agarrándose el cuello y diciendo: “¡Ya me duele el cogote de tanto mirar hacia arriba buscando entre las ramas una Y de madera!”. Esa semana le había empezado a llamar a la horqueta para las gomeras.
Yo no sé, no. Manuel estuvo juntando monedas todos los días para comprar el Billiken que le había encargado a José, el del kiosco de revistas de San Nicolás y Biedma. Esa semana, el Billiken venía con un troquelado del Cabildo.
Yo no sé, no. Manuel estaba preocupado, había escuchado decir que al equipo vendría uno de barrio San Francisquito que tenía fama de ser un jugador exquisito de galera y bastón. Manuel presentía que ese le sacaría el puesto.
Yo no sé, no. “Aquí no para”, le decía Manuel a una señora que preguntaba si el 52 tenía parada en Hutchinson (la cortada del club La Palmera) y Biedma. A unas cuadras de ahí, por San Nicolás y Seguí, los trabajadores que estaban
Yo no sé, no. El partido que estábamos jugando en la cancha de Acindar de pronto se puso picante. Era un amistoso al que fuimos invitados como previa a un gran partido entre los de barrio Plata contra los del Puente Gallego.
Yo no sé, no. La tarde de la última semana de abril estaba con una temperatura especial para darle a la de cuero. En eso estábamos en la cancha de Iriondo, en el arco que daba a Quintana, cuando llegó Manuel.