El peso de lo real aplastó las operaciones de la prensa hegemónica. Los derrotados se cuentan entre los más poderosos: la CIA, el FMI, y un gigantesco conglomerado global de medios al servicio de la naturalización de las injusticias del capitalismo financiero. El dato duro, la cifra, el porcentaje preciso, la información escueta, se erigen por estos días como efectivos antídotos para lidiar con las engañifas del poder concentrado.

Los diez puntos de diferencia entre el reelegido presidente de Venezuela, Hugo Chávez, y el candidato opositor, Henrique Capriles, significan mucho más que una nueva y contundente expresión de la voluntad soberana de los ciudadanos de Venezuela.

Esa diferencia marca, además, la frontera entre dos visiones del mundo, dos imaginarios, dos universos ideológicos que en los últimos años han cobrado una especial visibilidad en la región.

El triunfo de Chávez significa, asimismo, que el aplastante poder de los medios de comunicación al servicio de los poderes fácticos tiene un límite.

Con Chávez triunfó una visión del mundo que coloca los datos de la realidad cotidiana, el día a día, lo concreto, y los intereses reales de cada ciudadano, por encima de los fantasmas, las engañifas, los cucos y el alimento balanceado para resentidos que propalan ciertos medios de comunicación, sin límite ético alguno. La realidad triunfó sobre el simulacro.

El triunfo de Chávez significa una nueva derrota del neoliberalismo en América latina. Y es, además, una refutación gigantesca, del tamaño de un pueblo, de las mentiras, simulaciones, y engañifas orquestadas para intentar doblegar el proceso de cambio en Venezuela.

El pueblo de Venezuela ganó la batalla de ideas. Salió victorioso de una dura batalla cultural. La ciudadanía derrotó el creciente proceso de desrealización que operan los medios concentrados, que hoy ocupan el lugar de la derecha política.

El proceso de desrealización hace que las imágenes se impongan sobre la realidad: las imágenes se presentan como más reales que la propia realidad exterior. Las imágenes producen un efecto de realidad que resulta más creíble que la propia realidad. Mediante este proceso se genera un fenómeno social muy particular: ciertos segmentos, muy pequeños, de algunas capas medias de América latina, llegan a odiar a gobiernos que no afectan sus intereses, sino que, muy por el contrario, los benefician.

Los resultados de las elecciones en Venezuela confirman que la desrealización tampoco es infalible.

El filósofo italiano Mario Perniola reflexionó sobre el simulacro y su utilización en el mundo de la comunicación actual. El simulacro, según Perniola, no es un mero sinónimo de falsedad, engaño, mentira. Intenta colocarse más allá de lo verdadero y lo falso, y busca un efecto muy particular en el receptor.

El simulacro apunta a alimentar los prejuicios, los complejos, los deseos inconfesables y las envidias del receptor. No hay verdad posible en el simulacro. No se busca la verdad: ni siquiera se la considera. El simulacro es una puesta en escena que alimenta prejuicios, los engorda, los reproduce.

Ciertos receptores de medios de comunicación consumen simulacros con avidez. Acaso porque de esa forma confirman sus miedos, sus prejuicios racistas, sus miserias más profundas: el oscuro deseo de que exista en la sociedad, siempre, un sector marginado, desfavorecido, saqueado y condenado a la miseria y el dolor eternos. Como si no pudieran estar bien, ni sentirse realizados, si al mismo tiempo no se regodean en la desgracia ajena, en la condena y la miseria de sus semejantes.

Frente a los imaginarios, los deseos, los prejuicios y los complejos, la realidad cotidiana y concreta de millones de personas se impuso en Venezuela.

La realidad tangible indica que la gestión de Chávez, que comenzó en 1999, marcó un antes y un después en la historia de Venezuela, un parteaguas, un cambio profundo en beneficio de los sectores históricamente postergados. Para intentar entender la profundidad de los cambios, y lo mucho que falta hacer todavía, es necesario pensar en términos históricos y tener en cuenta quinientos años de postergación, atropellos e injusticias.

Antes de Chávez, Venezuela llegó tener más de la mitad de sus habitantes por debajo del umbral de pobreza. En 1996, por ejemplo, el índice llegó al 70,8 por ciento. Hoy la pobreza en Venezuela ronda el 26 por ciento. Cuando el presidente Chávez llegó al poder en 1999, era el 49,4 por ciento.

Chávez dedica el 43,2 por ciento del presupuesto a las políticas sociales. Su gestión erradicó el analfabetismo. La tasa de mortalidad infantil bajó a la mitad desde la gestión de Chávez. El número de docentes se multiplicado por cinco: de 65 mil a 350 mil.

Venezuela presenta el mejor coeficiente de Gini (que mide la desigualdad social) de América latina. En su informe de enero de 2012, la Comisión Económica para América latina y el Caribe (Cepalc, organismo de la ONU) señala que Venezuela es el país sudamericano que (junto con Ecuador), ha logrado la mayor reducción de la pobreza en el período 1996 -2010.

Medido en cifras, índices, porcentajes, lo humano se diluye, se torna inasible. Pero en el plano de la realidad más cotidiana y concreta, estos cambios le cambiaron la vida a millones de personas. Quienes pudieron acceder a derechos básicos que nunca antes habían tenido son hoy millones en Venezuela. Y hasta ahora, viene resultando difícil convencerlos de que no es así, de que eso que ven y tocan y viven día a día no es la realidad, sino que la realidad está en otra parte.

 

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