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La prensa nunca rindió cuentas por fogonear y ser cómplice de un genocidio. El periodismo eligió siempre una sola campana como fuente.

Aunque se olía y se murmuraba por todos lados, especialmente en Buenos Aires, los diarios mitristas ni mencionaban el rumor. Pero en un informe a su país, Edward Thornton, embajador británico en tierras porteñas, señalaba: “Desde el mediodía del 8 (de abril de 1865), circula el rumor en esta ciudad de que el gobierno paraguayo ha declarado la guerra a Argentina. Esta noticia derivó del hecho de que ese día llegó a Asunción un mensajero para el agente paraguayo en ésta […] señor Egusquiza».

En verdad, el 29 de marzo de 1865, el ministro brasileño Berges informaba a su par porteño Rufino Elizalde sobre la declaración de guerra.

Thornton se reunió con Mitre y su ministro Elizalde. Al principio negaron el rumor, “pero ahora le dan crédito”. Sólo el grupo liberal porteño deseaba la guerra al Paraguay, por eso el gobierno buscó una trampa para dar a conocer la noticia como una agresión de Asunción y posibilitar un clima favorable a la contienda.

Buenos Aires no contestaba la declaración hasta que el 13 abril cinco buques de guerra paraguayos tomaron dos viejos navíos argentinos atracados en el puerto de Corrientes y ocuparon la ciudad. Aunque el pueblo no se alarmó, ya que estaban más cercanos a los guaraníes que a los porteños, los liberales estallaron de supuesto patriotismo y tomaron al hecho como una humillante agresión en plena paz.

Los diarios mitristas, y hasta entonces opositores, remarcaron el agravio y grupos de liberales porteños reclamaron un ataque patriótico ejemplificador y don Bartolomé pronunció un encendido discurso, pese a que hacía días se había firmado la Alianza con Brasil: “En 24 horas a los cuarteles, en 15 días en Corrientes, en tres meses ¡en Asunción!».

Claro que el enfrentamiento se extendió por cinco años y se transformó en un genocidio. Y del millón y medio de habitantes que tenía el Paraguay, sólo sobrevivieron 250 mil. La mayoría mujeres y niños. Brasil, por su parte, sufrió 168 mil bajas, Argentina 25 mil y Uruguay 3 mil.

Desde hacía tiempo, el diario porteño intentaba convencer sobre “la necesidad de robustecer cada vez más la alianza entre Río de Janeiro y Buenos Aires, dos gobiernos sinceramente liberales que no pueden permitir que la tranquilidad del Río de La Plata dependa de las desconfianzas sombrías de un déspota ni de las tendencias salvajes de los caudillos” (La Nación 3 de diciembre de 1864)

Los gobernadores de ambas naciones también eran defensores de los intereses británicos, quienes ansiaban el algodón paraguayo para sus textiles. Pero el mariscal Francisco Solano López no era tan partidario del liberalismo económico.

El equilibrio en el Plata sólo podía cimentarse si Uruguay se mantenía independiente. Para acabar con el ejemplo paraguayo y liberar el comercio por los ríos, la corona armó –y endeudó– a Argentina y Brasil. Al ocupar la Banda Oriental, Paraguay reaccionaría y esa sería la excusa para barrerlo y repartirse ríos y territorios entre la Triple Alianza, o Triple Infamia.

Tribuna liberal

“El nombre de este diario es substitución del que lo ha precedido: La Nación reemplazando a La Nación Argentina basta para marcar una transición, cerrar una época y señalar los nuevos horizontes del futuro. La Nación Argentina era un puesto de combate; La Nación será una tribuna de doctrina”, advertía el 4 de enero de 1879 Mitre en la editorial del reconvertido diario, en su supuesto “Año 1, Número 1”.

Coordinados por la docente y comunicadora Luciana Mignoli, investigadores del Centro Cultural de la Cooperación publicaron el libro Prensa en Conflicto, en el que se estudia el comportamiento del periodismo en momentos claves de nuestra historia, hasta la actualidad.

“Encontramos que en todos los conflictos, siempre los discursos periodísticos hablaron del otro como un «salvaje», «violento» o «peligroso» que viene a modificar un orden social al que no se cuestiona si es justo o injusto. Aparentemente, para los medios debía estar estable ese orden y por eso cualquiera que viniera a modificarlo era caracterizado como alguien peligroso. Pero lo peligroso de ese artilugio es que esos discursos instalan un sentido que luego permite que las fuerzas de seguridad puedan reprimir. Porque si te digo que viene el malón y te van a matar, que los piqueteros te van a romper el auto, o que vienen los anarquistas a prender fuego lo que hago, es legitimar que a esos indígenas, obreros o piqueteros se los lastime, se los reprima”, advierte Mignoli.

Sobre el uso de fuentes informativas, la docente remarca que “el periodismo eligió siempre una sola campana para usar como fuente: la estatal, la de la policía, la del gobierno, la de la Justicia, la de quienes relatan el conflicto social. Pero no están las voces de los que reclaman. No hay estudiantes, no hay mujeres, no hay trabajadores, ni piqueteros, ni indígenas que digan por qué están protestando y movilizando, y para qué”.

Por otra parte, remarca que “los medios nacen claramente con el objetivo de difundir ideas políticas y se hacen cargo de su ideología. No tienen pretensión de neutralidad ni de objetividad. Los diarios hablan de Francisco Solano López, el presidente paraguayo, como “un tigre sediento de sangre” por cuya muerte no hay que entristecerse. Hablan de los indígenas como seres discapacitados a los que no hay que tenerles lástima. Muestran claramente su ideología, su marco de valor, su perspectiva, su posición ideológica”.

Pero también, y a modo de conclusión, advierte sobre el momento actual: “Me parece que es un momento fantástico para la práctica periodística porque en las universidades y en la sociedad se está discutiendo cuál es el rol del periodismo y el de los medios”.

Nota publicada en el eslabón nº139 

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