Foto: Virginia Monti
Foto: Virginia Monti

Los argentinos estaban en los bares regenteados por argentinos. Los alemanes-cervezas, en los muchos pubs futboleros de Manhattan. En la placita de la calle 29 y la avenida sexta, en cambio, se repartía otra patria: los homeless, los mendigos que le hablan a la nada, y algunos laburantes afroestadounidenses que habían escapado por un rato de sus duros trabajos en la calle. Todos hinchaban por Argentina con un amor difícil de explicar.

Elegir dónde ver el partido en Manhattan no es tarea fácil. ESPN, que venía transmitiendo todos los encuentros del Mundial, incluso el de Brasil contra Holanda por el tercer puesto, ofreció, en cambio, este domingo, una interesante competencia de levantamiento de pesas femenino. Electrizante disciplina, claro, pero para otro momento. No es una gran pérdida, en realidad. Los relatores de ESPN no gritan los goles, informan sobre ellos con la misma pasión, con el mismo tono, con el que se ofrece un pésame. Univisión, canal en castellano, salvaba las papas a quienes elegían quedarse en un hotel.

Estaban los bares, claro, con pantalla gigante, banderas y banderines. Todo preparado. Pero en esa placita, diminuta, perdida entre rascacielos y negocios, en ese raro espacio en la calle 29 casi avenida sexta, otra patria observaba el partido en una pantalla sin sonido. Y con un relator de lujo. Y con seis o más patrulleros del departamento de policía de Nueva York rodeando el lugar. Esos autos largos, celestes y blancos, que dicen NYPD y se ven en las películas. Los oficiales afuera, observando, por si las moscas.

“Soy de Costa Rica”, dijo el hombre, de más de 60 años, canoso, canijo y seco, sin dejar de beber de distintas latas y botellas que extraía como un prestidigitador de entre sus pertenencias desordenadas y no muy limpias.

“Nunca un equipo europeo ganó acá en América. América para los americanos. Y esta vez no tiene por qué no ser así”, agregó. Y ya no paró. Su relato, sobre Costa Rica, el partido, Cuba, Miami, fue permanente. Lo alternaba con cargadas a un cubano, que agarró de punto durante todo el primer tiempo. El tipo, morocho y fornido, lo escuchó con paciencia Zen hasta que en un momento se levantó y se dirigió hacia el improvisado relator callejero. Pero se sentó a su lado. A compartir la bebida. A hablar y reír a los gritos. Hablaban del “mero Miami”, de Nueva York y otras cuestiones inentendibles.

“Camerún, Camerún”, les gritaba el costarricense a los tres o cuatro afroestadounidenses que, sentados con las piernas cruzadas, le ofrecían por toda respuesta sus sonrisas enteras, radiantes, sin dejar de mirar el partido. Eran laburantes escapados. Todos lucían el uniforme de alguna empresa de turismo. Se pasan el día en la calle, bajo el sol, ofreciendo a las multitudes de turistas algún paseo, visita o recorrido.

“Si gana Argentina me tenés que regalar la camiseta de Messi”, repetía el relator de Costa Rica, cuando agarró de punto a una de las tres personas que lucía la camiseta de la selección en ese extraño rincón de Nueva York.

Minutos antes del partido, grupos de argentinos, cientos de argentinos, miles de argentinos, con camisetas, banderas y cornetas, cruzaron la isla en dirección a distintos bares.

La adhesión que produce la celeste y blanca número 10 por estos pagos emociona y desconcierta.

Los taxistas enturbantados, en su mayoría de Pakistán, tocaban bocina y saludaban con efusión. También saludaban desde autos particulares, remises y hasta limusinas. Los afroestadounidenses ofrecían abrazos, choque de puños y otros raros saludos de manos a la vez que repetían “aryentina, aryentina”.

La patria latinoamericana, en una extraña versión extendida, incluyendo africanos, asiáticos, árabes y persas estaba allí, con la Argentina. Y también estaban los excluidos, los desclasados, los homeless, los sospechosos de siempre, los que siempre caen presos aquí en Manhattan.

Después del partido, las camisetas de Messi se multiplicaron. Coparon Times Square, cantando y bailando con pasión. Los alemanes estaban allí también, pero eran menos y no se notaban casi. Quietitos, blandiendo su bandera tricolor. Con sus caras pintadas. Los que festejaban eran los argentinos. Pero dicen que salió campeón Alemania.

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