Foto: Manuel Costa.
Foto: Manuel Costa.

La lucha contra la droga se parece al combate contra el terrorismo. Lo que se dice combatir, en realidad, resulta promovido y fortificado. Es como una sangrienta y cínica puesta en escena, con cientos de miles de víctimas, que sirve para justificar represión contra la población civil y militarización.

La denominada guerra contra las drogas posee muchos puntos en común con la llamada guerra contra el terrorismo. Ambas son guerras perdidas. Ambas, lejos de menguar aquello que combaten, en realidad, y más allá de las declaradas intenciones, lo promueven. Cada vez hay más narcotráfico y más terrorismo en el mundo. Los muertos y desaparecidos se cuentan de a cientos de miles. Los millones de dólares también, y quedan en manos de los grandes bancos lavadores de dinero sucio.

En México, entre 100 mil y 150 mil personas murieron desde que el presidente Felipe Calderón declaró la guerra a los cárteles de la droga en diciembre de 2006. En Colombia, las víctimas fueron más de 50 mil sólo en la última década. La mayoría de las personas asesinadas nada tenían que ver con el narcotráfico, claro. Esta guerra también tiene sus daños colaterales.

Además, si bien estas guerras de nada sirven con relación a lo que dicen combatir, sí resultan muy útiles y funcionales para otros objetivos, nunca dichos, que permanecen ocultos, entre bambalinas. Es evidente que estas guerras perdidas, acaso no quieran ser ganadas.

Es igualmente evidente que ambas guerras (muy parecidas a sangrientas puestas en escena) resultan una excusa ideal para justificar, por ejemplo, represión, criminalización de la protesta, militarización de las sociedades, armamentismo, y otras formas de violencia estatal y para-estatal que se extienden hoy en el mundo, y que resultan funcionales a esta etapa del capitalismo y al poder creciente de las corporaciones que concentran el poder económico.

La guerra contra las drogas es un rentable negocio. Especialmente para los grandes bancos, que se dedican a lavar dinero. Sin esta pata financiera no sería posible el narcotráfico. Los paraísos fiscales, las empresas offshore y el secreto bancario contribuyen asimismo a esta problemática, aunque los medios hegemónicos y la mayoría de los gobiernos miren para otro lado y nunca mencionen a estos fundamentales actores de esta tragedia.

Estados Unidos tiene un rol central en la extensión y el poder creciente del narcotráfico en el mundo. Es el principal consumidor de cocaína del planeta: sin el mercado yanqui, el negocio estaría en problemas. La declamada guerra contra las drogas, además, le ha permitido al imperio extender su dominio militar y legitimar su papel de gendarme mundial, con bases en todo el mundo y con una creciente injerencia en los asuntos internos de los países.

La Administración Federal para el Control de Drogas de EEUU (Drug Enforcement Administration, DEA) más que la solución, parece ser el problema. La DEA se parece, en muchos aspectos, a las agencias de inteligencia de ese país: nunca se puede tener bien en claro para quién trabaja, si son agentes dobles, triples o múltiples, y se sospecha que hacen negocios con los narcos. Lo que sí está claro es que sirven como brazo armado del imperio y excusa para violar la soberanía de los países y los derechos humanos, desconociendo las leyes.

No es casual que EEUU haya invadido Afganistán, uno de los mayores productores mundiales de opio, y permanezca en ese país desde 2001. Desde que está el ejército imperial, la producción de opio, base para producir heroína, se ha multiplicado en forma exponencial.

Según el Bureau de Drogas y Crímenes de la Organización de las Naciones Unidas, con la llegada de Estados Unidos se habría incrementado de forma considerable el cultivo del opio, pues en 2007 el 93 por ciento de los opiáceos del mercado mundial procedían de Afganistán; y en la actualidad, la superficie de tierra dedicada a la producción de opio en territorio afgano superaría al del cultivo de la coca en América latina. Casi el 90 por ciento de la producción mundial ilícita de opiáceos procede de dos zonas productoras: la Media Luna de Oro, conformada por Afganistán, Pakistán e Irán; y el Triángulo de Oro, Birmania, Laos, Tailandia y Vietnam. La presencia de los EEUU en esa zona es cada vez más evidente.

Detrás de la puesta en escena asoman la mentira permanente como paradigma, la cada vez más injusta distribución de la riqueza, y la necesidad de la represión y el terrorismo de Estado para mantener el statu quo. Estas falsas guerras, de algún modo, sirven para desmentir, desenmascarar, y dejar al descubierto muchos de los mecanismos de manipulación de masas utilizados por los poderes fácticos. La verdadera guerra es social, contra los trabajadores, los militantes, los que quieren cambiar el injusto esquema de distribución de la renta. Lo demás es apenas un remanido y cínico verso que nada en un mar de sangre.

Evo: “Es una guerra hipócrita e intervencionista del Imperio”

El presidente de Bolivia, Evo Morales, acusó a Estados Unidos de usar la guerra contra el narcotráfico como una “excusa” para intervenir, demonizar y controlar a otros países. “Desde la década del 80, la mal llamada guerra a las drogas nos ha llevado a un escenario que sistemáticamente violentó la soberanía de los países y deterioró las condiciones de salud pública y seguridad interna”, denunció el mandatario boliviano en el marco del foro mundial sobre drogas de la ONU, que se desarrolló entre el 19 y el 22 de abril.

El presidente de Bolivia destacó el fracaso de las políticas contra el narcotráfico y apuntó a Washington como el principal responsable. El mandatario señaló que luego de la Guerra Fría, EEUU “creó con el problema de las drogas la excusa para aplicar una lógica imperialista” en regiones como Latinoamérica.

“El imperio ha utilizado esta guerra hipócrita como parte de una política intervencionista en zonas ricas de recursos naturales para el control y saqueo de esos recursos”, señaló Morales, al tiempo que pidió a la asamblea “acciones concretas” para que las drogas dejen de usarse “como pretexto de dominación”.

Además propuso disolver la DEA, cerrar bases y terminar con el intervencionismo imperial. “Disolver la DEA, cerrar las bases militares norteamericanas, acabar con el intervencionismo, acabar con la certificación unilateral, aprobar una resolución para terminar de una vez por todas con el secreto bancario”, propuso el presidente de Bolivia, que también defendió  los resultados de las políticas sobre drogas de su gobierno, que ha conseguido reducir los cultivos de coca a su nivel más bajo en diez años.

Un nuevo enfoque, se busca

Los 193 países que tienen asiento en la ONU, con el impulso protagónico de Colombia, dieron un histórico paso al aceptar discutir un nuevo enfoque en la lucha contra las drogas y admitir que este flagelo debe ser abordado desde una óptica de derechos humanos y salud pública, pero sin bajar la guardia en el combate frontal contra la criminalidad organizada.

Los países reunidos en una sesión extraordinaria de la ONU firmaron una resolución de 27 páginas en la que se admite que las fórmulas represivas “ya no están arrojando los resultados esperados, por lo que es momento de darles espacio a nuevas alternativas para enfrentar un fenómeno que genera millones de muertos en el planeta”.

La idea es que los Estados deben tener más autonomía para aplicar las convenciones que se han firmado en torno al combate contra las drogas, siendo que cada uno tiene realidades distintas en las que enfrentan este flagelo.

Se señaló que los grandes carteles de la droga deben ser combatidos con toda la fuerza disponible, pero en cambio, los consumidores deben tener un tratamiento desde el punto de vista de la salud pública. Asimismo, se planteó que los eslabones más bajos de la cadena del tráfico de estupefacientes sean abordados desde una óptica no punitiva y con especial atención a los derechos humanos.

“Hay una gran gama de opciones que podemos explorar para mejorar nuestro desempeño frente a este flagelo, protegiendo al ser humano y brindando oportunidades a las comunidades campesinas presas del negocio del narcotráfico. Colombia no aboga por la legalización de las drogas ilícitas”, señaló el presidente de Colombia, Juan Manuel Santos, quien a la vez reiteró que los enfoques mantenidos hasta la actualidad “no dieron los resultados esperados, por lo que ya hay que comprender que el mundo no estará libre de drogas”.

El Foro Mundial sobre Drogas fue convocado en respuesta al llamado que en octubre de 2012 hicieron los presidentes de Colombia, México y Guatemala para “evaluar los alcances y limitaciones de la política vigente”. La intención de los mandatarios apunta a analizar todas las opciones disponibles con el fin de establecer un nuevo paradigma para la prevención y el combate contra los estupefacientes.

Fuente: El Eslabón

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