07 Trans RGB3

La invitada, espectadora novata, siente una profunda incertidumbre. Las luces del bar El Refugio comienzan a apagarse lentamente, a la par que se activan flashes de colores. La invitada novata apenas imagina lo que puede llegar a pasar dejándose llevar por los estereotipos y, en este caso, los estereotipos están ligados a que esta persona sabe que está en El Refugio, el boliche recurrente de gays, lesbianas y trans de Rosario. Sólo es un estereotipo: las mesas están copadas de amigas y amigos. Algunos son visiblemente homosexuales –algunos besos lo dejarán en claro, por ejemplo–, o trans; pero la mayoría no. Eso colabora a que la incertidumbre crezca a pasos agigantados. Cuando bajan las luces y se activan los flashes, el volumen de la música sube. Los aplausos y las exclamaciones explotan con los primeros acordes. La invitada novata tarda en reconocer aquel tema que también sabe de memoria y decide acompañar con el resto del público. La Mordidita, de Ricky Martin, llega para marcar el inicio de una noche solidaria, glamorosa y amistosa. Es domingo, hace mucho frío en Rosario y decenas –casi un centenar– de personas se acercaron esa noche llevando colaboraciones para lo que será el Primer Comedor Trans de Rosario.

“Hay comedores para todos y todas, menos para gente rara”, dice Marcela Viegas y se ríe. “¿Por qué no tenerlo también? Este va a ser un lugar de encuentro, para no sólo tener la panza caliente, sino también el alma”. Marcela es la impulsora de este proyecto. La mujer, trans, de 52 años, trabaja en la Subsecretaría de Diversidad Sexual de la provincia y afirma que no hay experiencia conocida como ésta. Entusiasmada, enumera todo lo que puede llegar a pasar en este lugar: juntarse, compartir, unirse, contar experiencias, empezar a hacer cosas juntas. El Comedor Trans funcionará a partir de las primeras semanas de agosto, de 20 a 23, en el Centro de Asistencia Familiar del Rotary Club, que está en Italia y Cerrito. Las principales destinatarias son las chicas que están trabajando en la zona roja, las que se están prostituyendo y se bancan la calle con este frío.

La actividad, para colaborar con la iniciativa, fue el domingo 24. La entrada era “algo para el comedor”. A cambio, artistas autoconvocados –la mayoría chicas trans– brindarían un show. El Refugio se colmó y se recibió una importante cantidad de donaciones. Marcela, días más tarde, las definiría como “cosas divinas”. Se recibió todo lo necesario y más: pavas eléctricas, platos, cubiertos (inclusive de alpaca), jarras antiguas y hasta fuentes de vidrio Pirex. Todavía se pueden recibir donaciones, para eso hay que comunicarse al 3416901588 (Marcela Viegas).

El show tuvo todo lo que se supuso que iba a tener. Lo obvio: el brillo, el maquillaje, el color, los peinados y la bandera del orgullo, o sea: más colores. Todo lo que se resume en un colectivo que toma la lucha y la alegría como arma, para dignificarse y conquistar derechos. En el escenario, las chicas se lucieron con vestuarios impecables: vestidos largos, cortos, ajustados, negros, plateados, bodies. La propuesta tuvo mucho baile, coreografía de temas como I Will Survive pero también una samba. También se cantó. Honrar la vida ganó el momento sensible de la noche, canción que fue dedicada a todas las chicas trans. El show contó, además, con mucha charla, mucha chica trans con micrófono dando discursos y charlas irrepetibles en este formato. Una forma clara y divertida de vivir en un mundo tan ajeno al hetero, tan ajeno y tan dignamente distinto. Lo que molesta se dijo, se aceptó, se naturalizó, se burló.

Lo más intenso, sin embargo, se vivió con la actuación de Gustavo El Monje, presentado como el Pibe Poronga y que, corroborando y haciendo honor a su apodo, realizó un streaptease. Esta cronista –invitada novata– no encuentra el adjetivo correcto para describir ese segmento del show.

Reparación histórica

Marcela Viegas cerró el show. Tenía en la mano una buena cantidad de hojas escritas a mano. La mujer vistió un vestido negro, brilloso, ajustado, largo hasta las rodillas. Un peinado de peluquería, aros, cadenas y pulseras doradas. Marcela sabe lucirse: leyó caminando sobre tacos altos, sin titubear en el paso. También sabe llorar y mantener el estilo. Más de una vez se la iba a ver secándose las lágrimas sin que se corra el rímel. Esteban Paulón, subsecretario de Diversidad Sexual de la provincia, estuvo en la apertura y acompañó a Marcela durante el cierre. Las dos veces hizo hincapié en lo mismo: el rol del Estado. Celebró la posibilidad de dar una mano y avanzar en la reparación histórica que la comunidad trans –y la LGBTI en general– merece. Marcela lo destacó también sobre el final. Hace tiempo que, entre tanta discriminación y violencia, el colectivo LGBTI tiene la posibilidad de festejar alguna que otra conquista. La pregunta se repite: ¿te imaginabas que ibas a llegar a esto?

Viegas, en este caso, no sólo pensaba que su proyecto de comedor iba a quedar en la nada (“como todo lo que le pedimos al Estado durante mucho tiempo”), nunca imaginó, siquiera, trabajar para el Estado. Mucho menos tener el Documento Nacional con el nombre y la identidad de generó que ella eligió. Marcela tiene 52 años. En la provincia, no llegan a diez las mujeres trans que pasan los 45. El colectivo todavía sobrevive. La mayoría muere: por VIH, por violencia, por drogas, por operaciones mal hechas. Todas muertes evitables en caso de tener un Estado verdaderamente presente. “Las cosas se tienen que hacer ya, porque las chicas se mueren”, advierte. Ella ahora trabaja en el Estado, y va por todo. Los próximos proyectos que va a trabajar, y promete que se van a cumplir, son la jubilación para trans mayores de 45 años y el resarcimiento económico para mayores de 50 por persecución de género e ideología.

Fuente: El Eslabón

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Un comentario

  1. Guillermo Sebastian Robles

    02/08/2016 en 14:34

    Gracias por visibilizar la construcción de igualdad y dignidad del colectivo LGBTTIQ

    Responder

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