Yo no sé, no. Pedro me contaba que detrás de aquellas tres chimeneas de Acindar estaba la canchita donde aprendieron a pegarle de chanfle, con la parte de afuera del pie. Aunque todavía no se llama pegarle de tres dedos. En el fútbol grande, en la línea defensiva, eran pocos los que se animaban a jugar con tres en el fondo. Y hablando de 3, el más digno de los laterales zurdos resultó ser el Lobo Carrascosa, quien para Pedro rechazó la capitanía y renunció a la selección por no ser cómplice.

En la pantalla chica aparecían las trillizas de oro. Y en la grande, una película sobre un libro de Chejov: Las tres hermanas.

Yo me hubiese quedado con la menor, Irina –dice Pedro–. La que más ideales tenía.

En el triunfo del 73, un amigo de Pedro cuenta que mientras todos hacíamos la V con dos dedos, él mostraba tres dedos. Y cuando le preguntamos qué estaba haciendo, a quién se los mostraba y qué significaba, contestó: Estos son números romanos, es un cuatro. Y se los muestro a Mariano Grondona. Él, que siempre se refiere a los griegos, que entienda que esa vez lo pasamos pa’l cuarto. Y hablando de cuatro, el peronismo hasta ese entonces tenía tres ramas: la sindical, la política y la femenina; hasta que apareció la juventud como la cuarta rama.

En esos tiempos, a nivel económico, las tres hermanas cerealeras (Cargill, Dreyfus y Bunge) eran las que dominaban casi toda la producción.

Y bueno, ahora que estos CEOs se nos presentan de a tres, capáz que tenemos que enfrentarnos de a ratos con línea de tres y a veces con línea de cuatro, que vendría a ser la juventud. Pero si una vez los derrotamos, lo podemos volver a hacer. La cuestión es que cuando seamos tres en el fondo, tengamos la dignidad de entregarlo todo. Y en una de esas, en un desborde, superamos a las más de una hermana cerealera que deben tener de su lado, y se la embocamos.

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