Una investigación dirigida por el antropólogo Pablo Cirio indaga sobre la represión a la comunidad negra y revela que también fue perseguida con decenas de desaparecidos.

“Cuando comenzó la cátedra habíamos registrados unos nueve desapariciones. Hoy llevamos casi cerca de treinta, ya que de un caso llegamos a otros”, cuenta Pablo Cirio, licenciado en Antropología de la UBA y director de la Cátedra Libre de Estudios Afroargentinos y Afrolatinoamericanos de la Universidad Nacional de La Plata. Desde 2013, esta asignatura investiga la historia de los afroargentinos del tronco colonial asesinados, detenidos y detenidos desaparecidos en la última dictadura cívico militar.

“Muchos están en causas abiertas, con legajos en la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas (Conadep, 1983). Pero, en estos registros no son tratados judicialmente desde su negritud, sino como militante sindicalistas o agrupaciones como la Juventud Peronista”, explica el investigador que agrega que “al estudiar los casos se va ampliando la lista”. “Además, teorizamos sobre quiénes son víctimas no sólo por cuestiones físicas y desapariciones, ya que hay gente que se mudó o cambió de nombre. Y detectamos algunos con hijos que ya son mayores y no son víctimas directas, pero padecen las consecuencias de esa persecución”, amplía Cirio.

“Indagamos la cuestión desde la negritud, ya que también hay víctimas que eran judíos, homosexuales, comunistas. El racismo es parte de la ignorancia, porque se toma como problema el ser diferentes”, definió el antropólogo.

Como sus ancestros

“También me interesa hacer hincapié en esta cuestión: para ellos no era una experiencia nueva el ser secuestrados o víctimas de una violencia militar, ya que sus ancestros sufrieron y fueron secuestrados en África, torturados y víctimas de la esclavitud. Pero para el caso de los blancos esas situaciones sí generalmente fueron anomalías en sus historias”, subraya.

“Las palabras tortura y secuestros tienen un espacio muy doloroso en el currículo familiar de los afrodescendientes. Forman parte de una memoria transgeneracional, en ciclos de dolor. Así, algunos revivieron mecanismos de supervivencia en la Esma (el centro de detención ilegal de la Escuela de Mecánica de la Armada) muy similares a los que tuvieron sus ancestros en los barcos, para poder reconstruir el lugar donde estaban secuestrados”, analiza Cirio.

“La exacerbación de los sentidos, desde el oído y el olfato servían para trataban de situarse en coordenadas sobre el lugar dónde podían estar en una situación de encierro, como las que también padecieron su esclavizados y traídos desde África. Algo similar experimentaron al ser recluidos, realizar trabajos forzados en ingenios tucumanos, y recibir por parte de los captores insultos por su condición de negros”, resaltó.

Sobre la esclavitud como sistema, recordó que siguió a pesar de que la Asamblea del año XIII declaró su prohibición y que se hizo a través de formatos de internaciones en el Patronato de la Infancia o en la llamada «crianza» de sirvientes de familias.

“En 1813 se proclamó una libertad formal. La esclavitud, de hecho, siguió funcionando; los esclavos continuaron bajo condiciones de servidumbre en las casas de sus amos. En 1861, Buenos Aires suscribe a la Constitución Nacional, en la que queda oficialmente  abolida la esclavitud”, reseñó.

El historiador Osvaldo Bayer aportó en su momento un anuncio en un diario de la época, El Nacional, de 1878, que titulaba «Entrega de indios», con un texto que decía: «Los miércoles y los viernes se efectuará la entrega de indios y chinas a las familias de esta ciudad, por medio de la Sociedad de Beneficencia»”.

Invisibilización y blanqueo

“A pesar de la invisibilización de las comunidades originarias y de negros, de la manipulación de gaucho libre y rebelde, la invención de una Nación blanca y europea, no se puede ocultar esa raíz viva en la identidad regional”, sostiene el antropólogo, cuya especialización y herramienta de investigación se aborda “desde la música en contextos socioculturales y la historia de los esclavizados”.

En la Cátedra Libre de Estudios Afroargentinos participa como secretario Augusto Pérez Guarnieri, educador musical e investigador, también hay adscriptos y alumnos. “El candombe estructura la cultura negra porteña, y el tambor marca el ritmo para los afro porteños, es su conexión sonora con sus ancestros: reviven a sus antepasados a través de la danza y el baile. O sea que toda música es vivida como una danza lúdica pero, a la vez, religiosa”.

Sobre la cifra de negros, explica que son datos endebles, “los censos son abstracciones matemáticas puras y duras pero, desde las formas de diseñar un censo hasta las maneras de contar a las personas, hay mucha incidencia de factores culturales”.

Así, indica que “en 1887 se realizó el  último censo nacional en el que se cuenta a la población negra de manera diferencial. Después de 1887 los censos no incluyen la categoría  «negro»  y crean otra categoría que es la categoría de «trigueño», que formó parte de un mecanismo de invisibilización de la negritud”.

“Lo que los censos reflejan no es la realidad como una fotografía de la época, sino cuestiones ideológicas. En 1887, en Buenos Aires dan como población negra un 1,8 por ciento. Para ese período, sin embargo, la comunidad negra tenía una prolífica actividad social y cultural: entre ellos funcionaban 20 periódicos, había cerca de cien entidades afroporteñas (entre sociedades carnavalescas y de ayuda mutua, centros políticos, artísticos y culturales”, contó.

En la actualidad, resalta que los afroargentinos de acuerdo con estudios realizados, serían un cuatro por ciento de la población del país, unos dos millones de personas. “Hay que tener que cuando nosotros decimos  «negro», en líneas generales, nos estamos refiriendo a algo muy visible: al color de piel. Pero hay que aclarar que no todos los negros son negros, por eso se usa una categoría más amplia, que es la de afrodescendientes”, explica.

Mestizaje cultural y biológico

“Hay un segundo mecanismo de negación de la negritud. Nuestra mirada es también un recorte cultural e ideológico. Uno no mira naturalmente, sino condicionado por la educación, por factores históricos, por intereses y por silencios. El argentino, en su ideario identitario, no está preparado para ver a los negros. De 1863 hasta el presente, se repite en la prensa, en los académicos, en los políticos, en los intelectuales. «No quedan más negros, ya no hay más tradiciones negras», remarca  Pablo Cirio.

Pero admite que “eso también fue responsabilidad de la propia comunidad negra, que decidió mantener su cultura puertas adentro para evitar ser objeto de burla o de humillación pública, en los carnavales, por ejemplo. Esa estrategia se mantuvo vigente hasta hace dos o tres años”.

“Otra cuestión delicada es la del mestizaje cultural y biológico. Los negros se han mezclado con población blanca y con población aborigen. Ese mestizaje nosotros no podemos verlo”, destaca.

Sobre la relación entre los “cabecitas negras” y los afroargentinos, indica: “Me atrevería a decir que son lo mismo. Cuando se habla del negro, del cabecita negra, estamos pensando en la mezcla de criollos y aborígenes, pero no tenemos en cuenta la tercera raíz de la Argentina. La española es una, la aborigen es otra, pero falta la negra”.

“En este país de ausencias –afirma-, ellos se consideran los primeros desaparecidos: son desaparecidos de África: sus ancestros fueron secuestrados de su continente y traídos compulsivamente y esclavizados”.

“Una saña especial”

“Al hablar de 30.000 desaparecidos no estamos frente a un conjunto uniforme de personas y los criterios con que el Estado operó la violencia tampoco lo fueron», aseveró.

“No fue lo mismo la detención y desaparición de empresarios, estudiantes universitarios o un miembro de Montoneros, si, además era afrodescendiente, había una saña especial”, resalta.

Esto puede estar relacionado, según el especialista, con la confesada extracción fascista de muchos represores pero fundamentalmente con el propósito mismo de un proceso militar autodenominado “de reorganización nacional”, pues remitía a un etapa “organizadora” anterior cuyo ideal era una nación “europea, católica, blanca y capitalista”.

En este sentido, Cirio recordó al ex ministro del Interior durante la dictadura, Albano Harguindeguy, quien en 1978 afirmó que la inmigración africana debía ser de «cuño europeo, siempre y cuando pretendamos seguir siendo uno de los tres países más blancos del mundo, pues significa una gran ventaja en calidad humana, que tenemos incluso sobre las naciones industrializadas».

La resistencia de afroargentinos del tronco colonial ante Terrorismo de Estado significó también una lucha internacional, como en el caso del activista Enrique Nadal, padre del músico Fidel Nadal. Tras ser militante en los 70, debe exiliarse en Suecia en el 76.

Retornó en 1983 y comenzó su militancia en la lucha contra el apartheid de Sudáfrica. Fundó el Comité Argentino Latinoamericano contra el Apartheid (1986) y fue observador en las elecciones nacionales en Sudáfrica en las que triunfó Nelson Mandela. En su compromiso iba más allá del entorno local, en este caso abarcando la lucha de sus hermanos sudafricanos”, explica Cirio.

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