La democracia, o sea la voluntad popular, única fuente legítima del poder, le ganó a la dictadura, a la mentira, al odio, el racismo, y a todo un complejo y poderoso andamiaje que tuvo como objetivo sacar al Movimiento al Socialismo (MAS) del gobierno (si fuese posible, para siempre: el ominoso “no vuelven más”), para que Bolivia vuelva a ser el más pobre y sometido sector del patio trasero del Imperio.

En tiempos en que las nuevas tecnologías y la Inteligencia Artificial (IA) de Silicon Valley (California) se muestran capaces de construir subjetividades y modificar conductas a través de la manipulación, el pueblo de Bolivia dijo no: la Inteligencia Ancestral venció a la Inteligencia Artificial.

Fue una gran derrota cultural del neoliberalismo. Quedó demostrado, pese a las pretensiones hegemónicas del discurso de derecha, del individualismo, la autoayuda y las neurociencias, que los grandes relatos, que se basan en el sentido comunitario, y luchan por el cambio social y una más justa distribución de la riqueza, están más vigentes que nunca.

La derecha neoliberal no logró arrasar con todo, pese a sus años de supremacía en la región. No logró, al menos en el caso de Bolivia, la destrucción definitiva de los lazos sociales que implica esa ideología al servicio de los grupos más concentrados. “La comunidad sí existe”, le dijo el pueblo a la madre del neoliberalismo, Margaret Thatcher, que afirmaba lo contrario y quería un mundo habitado por individuos aislados que compiten entre sí sin un sentido de lo comunitario.

La osadía de reconstruir a la distancia

“Sabíamos que íbamos a ganar. Fue un triunfo de la conciencia y el compromiso popular de todos los sectores”, señaló Evo en conferencia de prensa tras el triunfo. “Pese a tantas amenazas, detenciones ilegales y persecución política siempre hubo grandes movilizaciones”, agregó el ex presidente.

“El pueblo dijo no a la dictadura, el año pasado también habíamos ganado y este resultado lo demuestra. Hay un proyecto político de liberación, que es anti-imperialista y que cometió el pecado de haber identificado a los enemigos internos y externos”, agregó el dirigente al tiempo que insistió en que una de las claves fue “aguantar y aguantar, paciencia y aguantar” frente a todas las provocaciones de la derecha.

La aplastante victoria de la fórmula del MAS (Luis Arce y David Choquehuanca) significó, entre otras muchas cosas, un voto castigo a esa derecha (de Bolivia y la región) y, fundamentalmente, un renovado e inquebrantable apoyo a una proceso revolucionario que cambió para siempre la historia de Bolivia, benefició a las mayorías, sacó al país del lugar de subordinación que ocupaba, y produjo un milagro económico reconocido incluso en el exterior.

La victoria del pueblo fue, además, un acto de justicia y verdad en una época en la que existen dos mundos (el no-virtual y el virtual), y donde la realidad paralela configurada por las noticias falsas permiten que todo, literalmente todo, se pueda decir, e incluso creer.

Destruidos los límites entre lo verdadero y lo falso, desdibujada la noción misma de verdad, despreciados los argumentos, los fundamentos y los hechos, los poderes fácticos lograron sacar ventaja en la batalla cultural y la derecha avanzó en la región. Pero en Bolivia no pudieron.

El abrumador resultado es asimismo un desagravio a Evo (que había ganado las elecciones del 20 de octubre de 2019) y a los pueblos originarios, que fueron humillados y reprimidos como en la época de la colonia, con la saña violenta y racista que vienen desplegando por estos días las derechas en toda la región, cada vez más escoradas hacia las formas más autoritarias y genocidas de la ultraderecha.

La democracia del Estado Plurinacional de Bolivia no es cualquier democracia. Este término, manoseado, tergiversado e instrumentalizado por distintos sectores, es un significante vacío que cada uno llena y utiliza según sus intereses. Los golpistas lo invocan. Los genocidas también, incluso. Pero la revolución que encabezó Evo practicó una democracia con contenido, participativa, con mucho debate, que incluyó en el gobierno a sectores sociales antes invisibilizados y descartados.

En Bolivia, a partir de la revolución que produjo el amplio y variopinto bloque histórico encabezado por Evo, funcionó, y volverá a funcionar, una concepción de poder ancestral, que nada tiene que ver con todas las nociones eurocéntricas que forman parte del sentido común dominante: el poder como obediencia es un legado de los pueblos originarios. El que ejerce el poder está al servicio del pueblo. “La política es la ciencia del servicio, del sacrificio por los humildes, del esfuerzo y el compromiso”, aseguró Evo.

En nombre de la democracia y la transparencia, por ejemplo, la Organización de Estados Americanos (OEA) se sumó a las fuerzas golpistas y dio a conocer un informe fraudulento que ponía en duda el triunfo de Evo en 2019. Poco después, decenas de estudios de universidades, ONG, y consultoras de todo el mundo, incluso de EEUU, denunciaron que el verdadero fraude lo cometió la OEA.

Si ya antes se la conocía como “el departamento de colonias de EEUU”, en esta oportunidad, con Luis Almagro a la cabeza, la OEA desconoció la voluntad popular, legitimó la represión y fue responsable político de la muerte, la tortura y el encarcelamiento ilegal de cientos de bolivianas y bolivianos.

La OEA, la derecha boliviana y el Grupo de Lima prepararon el terreno para que la policía y las fuerzas armadas (actores fundamentales en el golpe) completaran el trabajo desconociendo la Constitución y utilizando sus armas para masacrar a su propio pueblo.

Tanto Evo como Arce, junto a un amplio espectro de organizaciones de la región, pidieron la renuncia de Almagro. Al cierre de esta edición, Almagro continuaba demostrando que el concepto de dignidad le es ajeno. Es que junto al Grupo de Lima, desembozadamente al servicio del Imperio y su doctrina Monroe, formó parte de la embestida de la derecha regional contra todo proceso de integración continental y contra cualquier gobierno que osara mostrarse soberano ante los gendarmes del mundo.

El pueblo de Bolivia derrotó también a esa banda de cipayos integrada por el presidente de Colombia, Iván Duque; de Ecuador, Lenín Moreno; de Chile, Sebastián Piñera, y el ex mandatario argentino Mauricio Macri. Los mismos que continúan acosando al pueblo de Venezuela e intentando derrocar a Nicolás Maduro. Todos ellos, junto con su cinismo, sus mentiras y traiciones, fueron aplastados por una avalancha de votos.

La sangre derramada

Cada paso adelante, cada logro del pueblo, cada avance en los derechos de las mayorías, tal como lo deja en claro la historia, cuesta sangre y muchos sacrificios.

El heroico pueblo de Bolivia soportó durante casi un año una dictadura feroz, que masacró, vejó, violó y humilló a mujeres, hombres, niñas y niños.

Las masacres de Senkata y Sacaba, producidas el 15 de noviembre de 2019, dejaron un saldo de 22 civiles muertos y más de 200 heridos. Por aquellos días, a poco de asumir la dictadura, el empresario devenido en ministro de Gobierno, Arturo Murillo, dijo que las víctimas habían sido masacradas “con escopeta, con bala (calibre) 22, con dinamita, o sea son asesinados por sus mismos compañeros”.

Hoy aumenta el clamor popular para que Áñez, Murillo, y los responsables de las masacres y los actos de corrupción no salgan impunes. En septiembre de 2020, la Defensoría del Pueblo de Bolivia, elaboró un informe en el que afirmó, tal como lo hiciera antes la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, que “las acciones de los efectivos policiales y militares en Sacaba y Senkata derivaron en una masacre y que el Gobierno de Jeanine Áñez era responsable de delitos de lesa humanidad”.

Pero a la dictadura no pareció importarle, y siguió masacrando impunemente al pueblo de Bolivia, que nunca dejó de resistir. El golpismo contó con la complicidad de la enorme mayoría de los gobiernos y los medios hegemónicos del mundo. Incluso, muchos de ellos nunca usaron la palabra “dictadura”. ​

Hoy queda claro que se trató de una dictadura racista, corrupta y neocolonizadora que destruyó Bolivia y realizó una de las peores gestiones de la pandemia a nivel mundial.

Áñez hostigó, amenazó y proscribió opositores. Algunos de ellos, como el propio presidente depuesto, permanecen en el exilio. Otros están refugiados en embajadas. La dictadura cívico-militar que se hizo del poder tras el golpe del 10 de noviembre de 2019 fue el resultado del accionar de un gran número de actores políticos de dentro y fuera de Bolivia. Fueron preparando el terreno paso a paso.

El repiqueteo incesante de los medios hegemónicos y las redes sociales alentaron protestas callejeras con una avalancha de noticias falsas, para desconocer el triunfo de Evo. Por eso hoy en todo el mundo se está planteando, con gran preocupación, que el capitalismo en su forma actual es cada vez más incompatible con la democracia.

Todo ese dispositivo de manipulación tiene entre sus objetivos principales la simplificación de la realidad, la polarización, y la demonización de un dirigente como el origen de todos los males. Lo que la derecha no ve, no quiere ver, o sí ve y no le importa, es que, en realidad, y más allá de esa burda mentira, detrás de esos dirigentes está la voluntad popular, y existe una paciente construcción colectiva, comunitaria, que tiene bien claro un proyecto de país.

Por eso los candidatos de derecha, como Carlos Mesa en Bolivia, no tienen mucho más para ofrecer más allá del odio, la mentira y el “no vuelven más”. Estas engañifas han resultado exitosas para acceder al poder en varios países de la región (Argentina, Brasil, Ecuador), pero no son suficientes para gobernar.

El MAS es la única fuerza organizada capaz de gobernar Bolivia. Tiene un programa de gobierno y la experiencia de una gestión exitosa.

La dictadura dejó tierra arrasada. Arce deberá enfrentar enormes desafíos. El presidente electo confirmó que la primera medida económica que ejecutará durante su gobierno será pagar el denominado bono contra el hambre, que consta de mil bolivianos, el equivalente a 11.241 pesos argentinos. “Eso está aprobado por la Asamblea y el actual Ejecutivo no lo ha hecho, pero el financiamiento está asegurado”, señaló quien se desempeñó como ministro de Economía de Evo. Y remarcó que es imperioso fortalecer la demanda interna, una pata fundamental de su modelo económico. “Bolivia ha recuperado la democracia, quiero decirle a los bolivianos que hemos recuperado las esperanzas”, concluyó Arce.

 

Fuente: El Eslabón

 

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