La Biblioteca Popular ubicada en Tablada reinició las visitas guiadas. Las expectativas de su ex presidente, Augusto Dori, y las sensaciones de un recorrido por el emblemático sitio.

Es martes 23 de marzo y Augusto Duri está sentado en una de las sillas de la Biblioteca Popular Constancio C. Vigil. Frente al ex presidente del espacio, un grupo de 10 personas inicia la visita guiada por el emblemático edificio que retomó hace poco tiempo esta forma de construir memoria. Duri comenta la historia de La Vigil mientras espía de reojo a los integrantes que se enfilan para recorrer el espacio que él mismo formó, en el año 1933, junto con otros miembros de la vecinal del barrio. 

“Eso duró hasta que una revolución, de las tantas que hubo en el país, tronchó todo ese aspecto y tardamos 30 y pico de años en retomar de nuevo la actividad que ahora se está realizando, como ese recorrido guiado que en este momento se está dando en bandada y dirigida por los que en aquel entonces eran nuestros hijos o parientes menores”, dice Augusto. Con “eso” se refiere al Jardín de infantes, el Servicio Bibliotecario, la Editorial, el Museo de Ciencias Naturales, el Observatorio Astronómico, la Universidad Popular, el Centro Recreativo, Cultural y Deportivo, la Caja de Ayuda Mutua, la Guardería, el Centro Materno Infantil, el Instituto Secundario y la Escuela Primaria que se desarrollaron hasta que la última dictadura cívico militar y eclesiástica del año 1976 decidió destruir de manera despiadada el proyecto social, cultural, económico y educativo que tenía como fin dignificar a Tablada y Villa Manuelita.

La intención de paralizarlo todo

“Fatal” es la palabra que Duri elige para hablar del golpe de Estado. “Fue una intervención total, significó durante más de 30 años que la Biblioteca no pudiera realizar su función que llevaba en aquel entonces”, dice, mientras reflexiona acerca de las pérdidas: “A lo mejor el nombre de la institución, Biblioteca Popular, no era exactamente el que tenía que tener dado que se realizaban funciones en el ámbito educativo bastante diferenciadas con la Biblioteca. La Biblioteca tenía un jardín de infantes, una escuela primaria, una escuela secundaria, una universidad popular, que contaba en ese entonces con casi 2.500 alumnos. Recordemos también que en aquel momento tenía cerca de 650 empleados, de los cuales cerca de 400 estaban en la educación popular. También estábamos trabajando en ese entonces por el desarrollo de una editorial que tuvo la oportunidad de editar alrededor de 100 títulos de libros que fueron importantes, porque ese material de edición era canjeado con otras editoriales de la argentina y se traían otros libros que aquilataban el hacer bibliográfico de lo que era fundamentalmente el servicio bibliotecario”.

Foto: Sol Vassallo

El 25 de febrero de 1977, la Biblioteca Popular Constancio C. Vigil fue intervenida por  camiones del ejército y policía de la provincia que eran comandados por el genocida Agustín Feced. “La detención estuvo sincronizada con la intencionalidad de eliminar y paralizar totalmente la actividad de la biblioteca. Nosotros ese 25 de febrero quedamos detenidos y estuvimos presos e incomunicados, desaparecidos, como se estilaba en los primeros tiempos de cárcel que en los dos o tres primeros meses la gente no sabía dónde estábamos detenidos, y no sabíamos tampoco por qué estábamos detenidos”, dice Duri. 

Augusto insiste en el hecho de que no solo fue la dictadura cívico-militar la que impidió el desarrollo de la biblioteca. En los años posteriores a la recuperación de la democracia, tampoco se permitió ni propició la gestión cultural del espacio. “Los gobiernos democráticos que se sucedieron en la provincia, tanto el de Reutemann como los de Reviglio y Vernet, significaron una negativa total a la recuperación del edificio”, dice, y agrega que los trámites de devolución del espacio comenzaron a realizarse con el gobernador Jorge Obeid. La reconquista total se dio en el año 2013.

“Fueron 30 y pico de años luchando con gobiernos militares y con gobiernos civiles por la recuperación de una obra que lo único que pretendía, lo único que significó y lo único que quiso es darle la posibilidad a los chicos de tener cultura en sus propias casas, llevando los libros o leyéndolos acá, en la propia biblioteca. O teniendo clases en el jardín, en la escuela primaria o secundaria de la institución. Es un sinnúmero de situaciones que uno no se explica, uno no entiende por qué se lastima tanto a la cultura popular. Son cosas que de cajón no podrían tener una explicación sensata, cuerda, con respecto a porqué se interviene una biblioteca que estaba sosteniendo un barrio, en ese entonces llamado Tablada y Villa Manuelita. Un barrio que había estado mentado por otras situaciones y no por el aspecto cultural y que la biblioteca intentaba cambiar esa situación”, reflexiona. 

Las metas que vendrán

Actualmente, la Biblioteca ha reiniciado su crecimiento y avanza habitando los espacios del gran edificio ubicado en Gaboto al 450. Al día de hoy, funcionan alrededor de 30 talleres para socios de los que participan casi 700 alumnos. Además, cuenta con el servicio bibliotecario y fue relanzada la Editorial Biblioteca, recuperando las colecciones anteriores y sumando nuevos títulos. 

En cuanto a los objetivos a futuro, Augusto comenta: “Anhelo que la Biblioteca vuelva a desarrollar ese trabajo educativo con proyectos que signifiquen una cierta avanzada sobre lo que se está haciendo actualmente en educación”. Y agrega: “Me parece importante que en el país se desarrollen metas o se establezca adónde tenemos que llegar, fundamentalmente con la educación. Sabemos que la educación, en este sentido, ya ha sufrido mucho en años anteriores porque siempre, o casi siempre, es una variable de ajuste económico, cosa que no debería ser en ningún momento, pero tenemos que soportarlo así”.

Foto: Sol Vassallo

Según Duri, “la Biblioteca está recuperando la actividad que en aquel entonces tenía, con otro panorama social y económico de la institución”. Y, en ese sentido, se vuelve necesario restablecer la relación con el barrio. “El origen de esta biblioteca fue totalmente producto de la gente del barrio. Surgió como una entidad independiente que se creó a partir del aporte nada más y nada menos que de sus propios vecinos. Sus propios vecinos hicieron este edificio”, analiza. Y suma: “Esa situación hay que volver a ganarla. Hay que hacer que el barrio haga suya la Biblioteca y la desarrolle de acuerdo a sus necesidades y su futuro”. 

Siete pisos plantando memoria

Carolina Zoppi inicia el recorrido por el edificio de siete pisos que rapidamente categoriza como Sitio de Memoria, dado que desde 2015 recibe esa señalización con el fin de que se  visibilice la intervención de la entidad y su posterior liquidación en el marco de los crímenes cometidos por el terrorismo de Estado. A Zoppi se la ve emocionada por retomar la actividad de los recorridos guiados en La Vigil. Dice que está feliz de alzar las banderas que Augusto Duri les dejó y poder flamearlas con fervor.

Los asistentes al itinerario son 10 y se sientan alrededor de una mesa que tiene sobre ella libros de la Editorial Biblioteca. Carolina les insiste en que pregunten y comenten todo lo que sea necesario, en que hagan suyo el trayecto por este Sitio que, sumándose a la consigna de las Madres y Abuelas para este 24 de marzo, también busca plantar memoria. 

La guía atraviesa, a través de unas diapositivas, la historia de la Biblioteca Popular desde sus inicios, en los años 50, hasta el acta fundacional de La Vigil, el 11 de noviembre de 1959. Se detiene sobre todo en el aspecto económico de la institución, dado que este fue uno de los éxitos del ambicioso programa que Augusto y otros jóvenes de la vecinal llevaron adelante. Se trataba de una rifa que llegó a ser de carácter nacional y que les permitía recaudar millones de pesos mensuales. El monto era trasladado en forma de proyectos culturales, sociales y educativos que pretendían curar las necesidades del barrio.

Al igual que Duri, repasa la historia de la institución: los fantásticos premios de las rifas, las escuelas, los talleres de expresión artística y cultural, la escuela de formación de oficios, el balneario en Villa Gobernador Gálvez y los 40 edificios pertenecientes a la organización son algunas de las victorias nombradas. Una de las vecinas comenta que su hermano venía a la escuela que era “vanguardia” en ese entonces. “No hay nadie del barrio que no esté marcado por La Vigil”, agrega otro de los asistentes. 

Luego, Carolina inaugura el paseo por el enorme edificio. Desde allí, invita a los asistentes a transitar por un pasillo estrecho construido durante la intervención militar. Insiste en algunos de los sentimientos que acusa ese tránsito: el terror y la incomodidad. Dice que la dictadura quebró con el organismo mismo del edificio, desinstalando toda la unión que existía en esos siete pisos que conforman La Vigil. “Vigil incomoda porque no es solamente memoria verdad y justicia. Vigil incomoda porque además acá hubo delitos económicos, complicidad de civiles y desidia democrática”, expresa, mientras comenta que lo único que se mantuvo durante el “proceso de reorganización nacional” fueron las escuelas. “Eso también tenía una intención”, asegura Carolina y explica que estas abrieron sus puertas bajo la presencia de “interventores pedagógicos”, que circulaban por la escuela, entraban a las aulas y entrevistaban a estudiantes. Incluso la hija de Augusto Duri fue sometida a un encuentro con el director en el que éste mantuvo un arma sobre el escritorio, a modo de amenaza. Además, los inspectores se dedicaron a “depurar” el panel docente.

Posteriormente, Zoppi invita a subir a los asistentes a la “cúspide de Vigil”, esto es,  Observatorio Astronómico. “Imagínense Alemania Federal en los años 60 embalando una lente bifocal que va a una Biblioteca Popular de un barrio eminentemente obrero del sur de América Latina”, dice emocionada, mientras gesticula. Sin embargo, la lente fue uno de los primeros hurtos que la intervención cívico militar llevó adelante.

Foto: Sol Vassallo

El anteúltimo espacio visitado en la recorrida es el subsuelo. Los visitantes coinciden en que la “energía cambia” cuando se baja hasta allí. El clima se siente denso. Hay caños y maderas distribuidas por el piso. Dos hornos incineradores aparecen al costado de la rampa por donde descendían los autos. Las telas de araña lo invaden todo y las goteras generan varios charcos de agua. También hay un auto verde abandonado y sucio. No saben a quién pertenece, pero Zoppi aclara que estaba allí cuando les entregaron el edificio nuevamente. “Es un espacio que quedó congelado en el tiempo”, dice, y asegura que no le gusta permanecer en ese lugar por mucho rato.

Sobre las columnas, carteles con nombres de desaparecidos: Ruben Messiez, Elvira Marquez, Nora Larrosa, Eduardo Pasquin, Reinaldo Hernandez Cuenca y Myriam Ovando. Carolina sugiere volver a subir las escaleras. Los asistentes recorren por última vez el subsuelo y acaparan sobre la idea de que “Vigil se pierde” en ese espacio.

Foto: Sol Vassallo

El tránsito por la Biblioteca termina en el teatro. Este fue otro espacio en el que el golpe de Estado también se encargó de arruinar llevándose todo, incluso la luminaria. Las mujeres y hombres que formaron parte del recorrido se esparcen en círculo sobre el escenario que mantiene medidas extraordinarias. Carolina, guía e hija orgullosa de uno de los socios de la Vigil, manifiesta cuál es el objetivo final del recorrido: “Tenemos que sacudir los cimientos sociales para desterrar el olvido. Hoy acá también estamos plantando memoria”, expresa, mientras los asistentes aplauden el recorrido sobre el edificio creado a partir de un sueño comunitario que ahora pide por la verdad y la justicia mientras atesora la historia reciente.

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