Un libro de reciente publicación recupera el valor de la cultura del cuidado que –casi siempre en forma silenciosa– construyen muchas escuelas. Sistematiza conceptos y recursos que crecen en estas experiencias y los devuelve a modo de reconocer y potenciar ese trabajo. Se llama Pedagogía del cuidado. La construcción de la cultura del cuidado en la escuela actual (La Crujía Ediciones), escrito por Mercedes Álvarez, María Paula Boilini, Noelia Enriz, Fernando Palazzolo y Celina Schlusselblum.

Las autoras y el autor trabajan en los campos de la educación, el derecho, la salud y la comunicación. Entre 2016 y 2020, formaron parte del Centro de investigación y transferencia Acompañados, de la Universidad de San Isidro, en la Diplomatura de Prevención de Consumos Problemáticos y Adicciones en el ámbito educativo.

El autor y las autoras del libro Pedagogía del Cuidado

Desde ese lugar y en ese tiempo desarrollaron “un proyecto muy grande que financió la Embajada de Japón a través del BID (Banco Interamericano de Desarrollo)”, precisa uno de los autores, Fernando Palazzolo, en diálogo con El Eslabón.  Esa iniciativa –agrega–, “tenía el objetivo de desarrollar distintos procesos preventivos, para trabajar sobre los consumos problemáticos en diferentes ámbitos: el laboral, el educativo y el comunitario”. Pedagogía del cuidado es la sistematización de lo realizado en distintos espacios educativos, mayormente en unas 80 escuelas públicas del conurbano bonaerense norte.

Al terminar el 2020 queríamos dar cuenta de este trabajo, porque teníamos resultados que superaron mucho las expectativas iniciales”, expresa sobre las razones de publicar el libro, que está pensado para quienes trabajan en el ámbito educativo de las escuelas, y también en otros como deportivos y culturales.

El libro es un aprendizaje de las experiencias de las escuelas. De alguna manera, quiere mostrar las experiencias que sirvieron, conceptualizadas y sistematizadas. Partimos de la idea de que en las escuelas hay muchísimos saberes que son necesarios potenciar, promover y multiplicar hacia afuera de la escuela”, apunta el educador.

Entre otras reflexiones que comparten –autoras y autor– en el libro, está la de pensar un modelo de cuidado: “Entendemos la cultura del cuidado como un paradigma que propone un modo de ser y estar en el mundo en relación con uno mismo, el otro y el ambiente”. Una mirada –continúan– que incluye cuidados físicos, emocionales y sociales, “asumiendo la doble función de prevención de daños futuros y regeneración de daños pasados”. Este paradigma demanda un abordaje conjunto e integral entre Estado, comunidad y familias. La meta es “la construcción de una cultura del cuidado que contrarreste la propuesta dominante del consumismo: una tendencia del consumo innecesario e irreflexivo que compromete el bienestar de las personas, las comunidades y el ambiente”.

Entre vínculos

Foto: Candela Robles

Fernando Palazzolo es doctor en comunicación, docente en las universidades Nacional de La Plata y de San Isidro, además de investigador en temas relacionados con políticas públicas. En charla con este medio, profundiza en aquellos saberes del cuidado más visibles y los que aún faltan reconocer pero son sustanciales al estar relacionados con sostener vínculos y afectos en la escuela. 

—A partir de la pandemia, y alrededor de la escuela, hay un cuidado más visible, como el lavarse las manos o el uso del alcohol en gel. Pero también hay otro “invisible” relacionado con el cuidado de los vínculos, que pareciera no se aprecia igual. ¿Es así?

—Es así. Lo que vimos más que nunca es el inmenso trabajo que hacen las y los docentes y los equipos que hay en las escuelas. El sostenimiento de lo emocional de las y los estudiantes. No sólo trabajar contenidos. La escuela hoy se ocupa mucho más de la contención y la asistencia, de “acompañar” a las familias que están en situaciones muy difíciles y ni hablar respecto de los temas de los consumos problemáticos. Pero falta reconocimiento a esa tarea docente. Padres y madres han notado en la pandemia la enorme energía que supone tener 30 chicos en un aula, mantenerlos entretenidos y atentos, y además enseñándoles cosas. Todo lo que supone la tarea docente, que es inmensa. Sin embargo, así como hay muchos que la han valorado, hay quienes la han bastardeado, al asegurar, por ejemplo, “los chicos no están teniendo clases”. Lo decían mientras las y los docentes pensaban las maneras más creativas para sostener ese vínculo. En la enorme mayoría de las escuelas con las que trabajamos distribuían bolsones de comida para las familias. Esa es una tarea de cuidado. Porque en el momento de la entrega de esos bolsones se desplegaba un montón de estrategias relacionadas con lo educativo, con los contenidos curriculares: pensar cuadernillos, tareas para quienes no tenían conectividad, distintas estrategias y habilidades para sostener esa relación. Además de hacerles llegar, a través de los padres y con la tarea, algún regalito, alguna propuesta creativa. Por ejemplo, en unas escuelas de arte hicieron circular telas entre las familias para pintarlas de manera colectiva. Ni hablar de las recorridas por las casas cuando se pudo empezar a circular, para ver cómo estaban. Y saber que muchos jóvenes, en situaciones familiares muy complejas, dejaron la escuela. También se vio a las escuelas intercambiando experiencias y aprendiendo unas de otras, para sostener la continuidad pedagógica. En el libro aparecen esos ejemplos. La idea es que quienes lo lean no sólo los tomen como recursos sino que se sientan identificados. Porque advertimos que a veces ni los propios docentes se dan cuenta de la cantidad y la calidad de las cosas que hacen. Ni en las propias escuelas hay, a veces, memorias institucionales. Nosotros insistimos mucho en los procesos de sistematización y evaluación de lo que se hace para que quede en las escuelas. En este proceso que encaramos la idea fue que eso que están haciendo pueda ser pensado desde una perspectiva de cuidado.

—Si tuvieras que mencionar al menos tres aspectos que caracterizan una pedagogía del cuidado, ¿cuáles serían?

—Uno tiene que ver con el estilo de gestión institucional: cómo habilitamos y promovemos desde la propia gestión de las escuelas el trabajo con lo emocional como parte de la currícula en las escuelas. Es decir, que los pibes puedan expresar sus sentimientos. Algo que parece una obviedad, pero en algunas escuelas no lo es. O bien lo es como parte de alguna iniciativa docente, pero no como trabajo de la gestión escolar. Y no sólo para las y los estudiantes, también para que los docentes podamos decir cómo nos sentimos. El estilo de gestión institucional es muy importante en estos procesos. Un estilo abierto, democrático, comunitario es clave. Otro de los aspectos fundamentales es el protagonismo de niñas, niños y adolescentes. Tiene que ver con promover una participación y un protagonismo real en el diseño de las políticas que las y los atraviesan. No es sólo escucharlos, sino guiarlos para que tomen decisiones que los involucren, que los consideren como personas Los pibes son personas y ciudadanos hoy. Tienen derechos, y eso supone que tengan voz y voto en las cosas que se deciden. Por eso, una de las dimensiones que trabajamos es romper con la mirada adultocéntrica. La sociedad es adultocéntrica, machista y es clasista. Estas características están muy arraigadas y se reflejan mucho en las escuelas. Y otro aspecto que ayuda mucho a esta perspectiva del cuidado es el trabajo en red. Pensar a la escuela situada en una comunidad en particular, con sus propias necesidades y características, generando alianzas con las organizaciones que tiene alrededor. Nosotros pensamos mucho en estos procesos situados, no como un programa centralizado que baja igual para todos. Se trata de poder recuperar los saberes de cada escuela y cada comunidad. Para eso la escuela se tiene que vincular con la comunidad, saber con quién se puede vincular. En general, lo hace pero de manera aislada: El profe de biología sabe que hay alguien que lo puede asesorar en tal tema o la profe de inglés sabe que hay una organización que trabaja con reciclaje. Con un estilo de gestión abierto esto se potencia y se generan unas propuestas increíbles, porque atraviesan la escuela y movilizan mucho. Y también las familias están mucho más involucradas.

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