“El pueblo desea más libertad, igualdad y fraternidad. Quiere comer bien, vivir bien, empleo bien remunerado, políticas públicas de calidad, libertad religiosa y libros en lugar de armas”, afirmó Lula, tras vencer a Bolsonaro por más de 2 millones de votos.

“Se acabó el odio”. “Brasil es libre”. “Volvió la democracia”. “Fuera Bolsonaro”. Entre llantos de emoción, estas fueron algunas de las expresiones más repetidas por las cientos de miles de personas que salieron a festejar el triunfo de Luiz Inácio Lula da Silva en la segunda vuelta de las elecciones presidenciales de Brasil. Se pudo notar un clima de alivio, desahogo y catarsis tras un tiempo que para muchas y muchos fue oscuro y violento. Se asumió la derrota del neofascista como un fin de ciclo, como el final de una etapa y el comienzo de otra nueva, llena de incertidumbre, pero también de posibilidades y condiciones para construir un cambio. 

Brasil se desembarazó de un lastre, de una vergüenza, de un período de atraso, irracionalidad y mentiras en el que el racismo, la discriminación, la crueldad, la injusticia social y las distintas formas de violencia pasaron a ser aceptadas y percibidas como virtudes en ciertos sectores de la sociedad.

La violencia sigue allí

Pero muchos de los que festejaban eran conscientes, más allá del hecho fundamental de la derrota de Jair Bolsonaro, de que la tensión, la violencia y el peligro todavía existen. “Estoy muy feliz, pero sigo teniendo cierto temor por la reacción del bolsonarismo”, agregó una joven que salió a las calles de San Pablo. “Confío en que vamos a vencer al miedo”, agregó, dejando en claro dos de las múltiples caras de esta realidad compleja e impredecible. 

El histórico triunfo de Lula abre una etapa de esperanza y reconstrucción, pero que no está exenta de las amenazas que fueron una constante en la gestión del ex militar y que se intensificaron en la campaña electoral.

El mandatario electo asumirá el 1 de enero de 2023. El interrogante que se plantea sobre este punto es qué hará Bolsonaro durante la transición. A juzgar por las medidas que vino tomando en campaña, todo indica que seguirá con su política de destruir el Estado y afectar gravemente las arcas públicas para dejarle a su sucesor una ingobernable tierra arrasada.

El bolsonarismo sigue siendo un polo de poder con una sólida base social, y con apoyo de parte de los poderes fácticos y las fuerzas de seguridad. Estos últimos tienen las armas. Y hay que sumarles las milicias de ultraderecha y las bandas de sicarios al servicio de los grandes terratenientes, entre otros peligros que en estos cuatro años se reafirmaron y crecieron. 

El analista Eric Napomuceno considera al bolsonarismo “una herencia maldita” que está muy lejos de terminar. “Al revés: muestra una vitalidad asombrosa. Han depositado en las urnas casi la mitad de los votos, con más electores que en la primera vuelta”, escribió en Página 12 al tiempo que advirtió que no hay que desconocer el potencial de daños y peligros que encarna.

Durante el gobierno del ex militar, las armas en manos de civiles aumentaron un 500 por ciento. Se venden unas 1.300 armas por día. “No queremos una dictadura con Lula y nos vamos a juntar por nuestro derecho de andar armados para defender nuestras vidas”, afirmó Luis, un ciudadano que adquirió armas, en declaraciones reproducidas en una nota del portal de noticias del canal español RTVE.

A poco de conocerse la voluntad popular, simpatizantes de Bolsonaro bloquearon carreteras en los estados de Mato Grosso y Santa Catarina, según informó el portal de noticias del canal de televisión estadounidense CNN en español.

Los videos, que están circulando por grupos de la mensajería Telegram, muestran camiones estacionados en carreteras y simpatizantes del actual presidente protestando. Se puede ver, señala el medio de EEUU, que un hombre pide una intervención militar para evitar que Lula asuma el cargo, mientras que otro, en un segundo video, dice que no aceptará los resultados de las elecciones. De fondo se escuchan cánticos con el nombre de Bolsonaro. “Sólo nos iremos una vez que el ejército tome el control del país”, dijo un hombre no identificado en un video tomado en Santa Catarina.

“En los piquetes donde camioneros, empresarios del agronegocio y comerciantes metieron presión, no hubo una táctica uniforme, aunque sí un mismo camino de agitación que comenzó por las redes sociales”, señala Gustavo Veiga en Página 12.

“La convocatoria inicial partió desde Telegram, se extendió a Whatsapp y se viralizó hasta convocar voluntades hacia diferentes rutas del país. El mensaje decía: «Atención, entren a los grupos de sus respectivos estados y organicen sus concentraciones. Primero en las rutas, después en las vías de acceso y por fin en el centro de las ciudades. El plazo para la acción de las fuerzas armadas es de 72 horas. No tenemos políticos, partidos o financiamientos. Nosotros somos el pueblo. No seremos ultrajados en nuestra patria. Comunismo aquí no. Lista de grupos de Telegram». El texto salió desde el estado de Paraná, uno de los tres del sur, donde los cortes de ruta no pasaron inadvertidos en los medios nacionales”, agrega Veiga.

La Policía Rodoviaria Federal (PRF) se tomó un tiempo para actuar, señaló Veiga. “Su actitud parece mucho más lábil que la mantenida el día de la elección, cuando detuvo a decenas de ómnibus con partidarios del PT y sus aliados que iban a votar en el Nordeste”, agregó el cronista.

La resurrección de un líder que venció al lawfare

Lula alcanzó el 50,90 por ciento de los votos (60.345.999 sufragios). Bolsonaro consiguió el 49,10 por ciento (58.206.354). La ventaja a favor del presidente electo fue de 2.139.436 votos El líder obrero obtuvo 3 millones más que en la primera vuelta. El ex militar, 7 millones más. Fue la elección más reñida de la historia de Brasil. El ganador obtuvo la menor diferencia con la que un presidente de Brasil fue elegido. 

Bolsonaro es el primer jefe de Estado elegido en democracia que fracasa en su afán de continuar al frente del país. Y Lula el primero en ser elegido tres veces para la máxima magistratura: regresó luego de 11 años, tras la persecución, la guerra judicial, la cárcel y una avalancha de noticias falsas para demonizarlo. 

En esta elección se verificó otra tendencia histórica: nunca el candidato que perdió en primera vuelta pudo revertir el resultado en la segunda. Tampoco se registraron variaciones significativas en el porcentaje de asistentes. La abstención fue del 20,59 por ciento, muy cercana a los valores históricos: 32.199.598 personas no concurrieron a votar. Los que sufragaron en blanco llegaron al 1,43 por ciento y los votos nulos al 3,16 por ciento. 

El bolsonarismo hizo todo lo posible para que la ciudadanía de los estados donde es fuerte Lula pueda ejercer su derecho al voto. “La jornada también fue tensa porque apareció otra anomalía. La PRF (Policía Rodoviaria Federal) realizó varios operativos, precisamente en el nordeste, deteniendo micros y dificultándoles el voto a los pasajeros, con denuncias que no tenían sentido. El presidente del Tribunal Supremo Electoral ya había exigido el sábado que no se realizara tal operación el día de las elecciones”, denunció Emir Sader en Página 12.

“El Partido los Trabajadores (PT) pidió la detención del director de esa rama de la policía, pero la justicia no aceptó aplicar ningún tipo de penalidad. Fuentes sólidas han dicho que la operación fue articulada directamente desde el Palacio del Planalto. No se sabe si hubo personas que no votaron por estos operativos, pero quedan dudas sobre las intenciones de estos procedimientos y en qué medida pueden haber afectado el resultado final de las elecciones”, agregó el analista.

Bolsonaro ganó en casi todo Brasil menos en la región del nordeste. Allí Lula le sacó una diferencia aplastante: en Bahía, obtuvo el 72,12 por ciento; en Ceará, el 69,97 y en Piauí, el 76,86.

La derecha logró elegir al gobernador de San Pablo (Fernando Haddad fue derrotado por Tarcisio Gomes de Freitas, un ex ministro de Bolsonaro), además de otros estados importantes, sobre todo del sur del país. El frente que apoyó a Lula, en cambio, eligió a casi todos los gobernadores del nordeste.

Los enormes desafíos

Tras confirmarse su victoria, Lula se presentó acompañado por los principales dirigentes del PT y leyó un discurso de tono mesurado y analítico con el que ya marcó una diferencia fundamental entre el pasado y el futuro.

Entre las muchas dificultades que deberá enfrentar su gobierno, acaso la mayor sea lograr la pacificación, el diálogo, y una democracia más inclusiva en medio de un país dividido y polarizado. El dilema ya se planteó en campaña: cómo vencer a las mentiras con la verdad, cómo enfrentar el odio, cómo discutir políticas a partir de argumentos y fundamentaciones en un contexto cultural en el que las derechas y ultraderechas lograron imponer con eficacia inusitada el impacto emocional de la mentira, la simplificación y el exabrupto por encima de las razones. 

El presidente electo saludó “la victoria inmensa del amplio movimiento democrático” y lo ubicó por sobre los partidos, incluido el suyo, el PT. “Los brasileños votaron más libertad y no menos libertad, más solidaridad y no menos”, agregó. “No existen dos Brasil, somos un único país, un único pueblo, una gran nación. Viviremos un nuevo tiempo de paz, amor y esperanza”, afirmó.

“A nadie le interesa vivir en un país dividido en permanente estado de guerra. Este país necesita paz y unión. Voy a gobernar para todos los 215 millones de brasileños, incluso para quienes no me votaron”, dijo, y en todo momento quedó claro que el líder es plenamente consciente de todas las dificultades que deberá enfrentar.

“Estoy aquí para gobernar este país en una situación muy difícil, pero con la ayuda del pueblo vamos a encontrar una salida para que el país vuelva a vivir democráticamente. Esta elección puso frente a frente a dos proyectos diferentes de país, pero hubo un solo ganador, el pueblo brasileño. Esta es la victoria de un inmenso movimiento democrático que se formó dejando de lado intereses políticos y personales para que la democracia salga victoriosa”, aseguró el mandatario electo, que ya durante la campaña se presentó como el garante de la democracia y las instituciones.

“La mayoría del pueblo dejó bien claro que desea más y no menos inclusión social, más y no menos respeto y entendimiento entre los brasileños. El pueblo desea más libertad, igualdad y fraternidad en nuestro país. El pueblo quiere comer bien, vivir bien, quiere empleo bien remunerado, quiere políticas públicas de calidad, quiere libertad religiosa y libros en lugar de armas”, afirmó Lula, que insistió en que la lucha contra el hambre será su prioridad.

La prioridad es la lucha contra el hambre

En campaña, Lula recordó que Brasil fue excluido del mapa del hambre de la ONU durante su primer gobierno (2003-2010), y aseguró que actualmente hay 33 millones de brasileños pasando hambre. “No podemos aceptar como normal que millones de personas no tengan que comer o que consuman menos de las calorías que necesitan”, señaló. Y además consideró inconcebible que un país como Brasil, que es una de las mayores potencias agropecuarias del mundo, el tercer mayor productor de alimentos y el primero de proteínas animales, no “pueda garantizar que todos los brasileños tengan diariamente un desayuno, un almuerzo y una cena”.

“Este será nuevamente el compromiso número uno de mi gobierno. Combatir la miseria es la razón por la que viviré hasta el fin de mi vida”, aseguró.

El líder señaló además que va a luchar por la deforestación cero en la Amazonia y que retomará el control de las actividades ilegales en esa región. “Brasil y el planeta necesitan de una Amazonia viva. Un árbol en pie vale más que la deforestación, el río limpio vale más que todo el oro extraído con las aguas contaminadas por mercurio”, aseguró.

En cuanto al cambio que se viene a nivel internacional, Lula señaló que “Brasil está de vuelta” y dejará el estatus de paria: “Brasil es un país grande y no puede estar relegado al nivel de paria que se encuentra actualmente”, aseguró. Y además recordó que durante sus gobiernos fueron creados los Brics, la Unión Sudamericana de Naciones (Unasur) y se reforzó el Mercosur.

“No nos interesan los acuerdos comerciales que condenan a nuestro país al eterno papel de exportador de commodities y materias primas. Reindustrialicemos Brasil, invirtamos en la economía verde y digital, apoyemos la creatividad de nuestros emprendedores y emprendedoras. También queremos exportar conocimiento”, indicó dejando bien clara su posición ante los llamados tratados de libre comercio.

Con la victoria de Lula se firmó el acta de defunción del Grupo de Lima, creado en 2017. El bloque, impulsado por los gobiernos de derecha de la región para sumarse a la embestida de EEUU contra Venezuela, Cuba, y todo gobierno no alineado con Washington, cobró protagonismo mediático en tiempos de la presidencia de Mauricio Macri en Argentina, Sebastián Piñera en Chile, Lenin Moreno en Ecuador, Iván Duque en Colombia, Jair Bolsonaro en Brasil. Ninguno de estos mandatarios logró ser reelegido. Lo que demuestra que, si bien las derechas y las ultraderechas avanzan, y ganan elecciones, no les resulta fácil gobernar, y menos mantenerse en el poder.

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