“La enseñanza es el arma más revolucionaria que existe”. La reflexión es del profesor español Miguel Ángel Santos Guerra, como otras igual de valiosas que se leen en su último libro Las emociones de la profesión docente (Homo Sapiens Ediciones). Sobre esa idea avanza y da sus razones; dice entonces que educar es un oficio en el que “se puede confiar para paliar la desigualdad, la injusticia, el oscurantismo, la manipulación…”.

Por más de 50 años Santos Guerra ha ejercido como docente, en el aula, en sus disertaciones, en las conversaciones con sus colegas, a través de sus publicaciones y en la vida misma. En ese tiempo ha publicado más de 80 libros, de hecho Las emociones es el número 83; ha impartido más de dos mil conferencias por todo el mundo, con especial presencia en varios países de América Latina. Es Padrino Pedagógico de diez escuelas argentinas, entre ellas varias de la provincia de Santa Fe.

A la Argentina la define como su “segunda patria”. Varios pasajes de su libro están dedicados a contar anécdotas y vivencias por las más de 135 localidades que visitó en todo este tiempo (más las veces que planea volver, avisa), desde “Ushuaia hasta Andresito”. Habla –en estos pasajes– de la trastienda de cada conferencia, de los regalos inesperados que recibió, como la imagen de una Virgen de dimensión inesperada o una canasta de productos regionales que le obsequiaron en Chajarí. A cada uno de estos gestos lo nombra con infinita gratitud.

De las anécdotas está la vez que fue invitado por la Editorial Santillana a dictar una conferencia en el Gran Rex porteño, pero no le permitió vender sus libros en el lugar porque no eran de esta editorial. Los ejemplares de las obras de Santos Guerra terminaron a la venta en la puerta del ex cine, en manos de un kiosquero de diarios y revistas que gustoso aceptó “ganarse unos pesos”. La cola de maestras lo dejó sin palabras, sólo las suficientes para preguntar cuándo volvería por allí el famoso profesor.

Los relatos que comparte en su nuevo libro las convierte en enseñanzas. Como la vez que en plena conferencia que daba en Corrientes llegó la ministra de Educación de esa provincia acompañada de un séquito de periodistas, se sentó en la primera fila, se sacó varias fotos y se retiró como si nada ante la indignación del auditorio. “He aquí un ejemplo de cómo poner la educación al servicio de la política, en lugar de poner la política al servicio de la educación”, devolvió el profesor sin dejar pasar por alto aquel comportamiento. Muy diferente al de un ministro de San Luis, que asistió a una capacitación un sábado, y permaneció junto a las docentes luego de la presentación. Esto sin apelar a la conocida excusa “lamento tener que dejarles ya que me lo impiden obligaciones ineludibles del cargo”, tal como apunta Santos Guerra.

En sus historias de educador todo el tiempo hay referencias a lo valioso de trabajar con los acontecimientos de cada época, y darle lugar a las diferentes expresiones del arte en la enseñanza, como la posibilidad de abrir un cine club desde la escuela. Una idea que luego replicaron quienes fueron sus estudiantes.

“Este es un libro escrito desde el corazón. Sus ocho apartados (el prólogo, las alumnas y los alumnos, las experiencias, las personas, las palabras, los escritos, la dirección y quienes se van) me han servido para compartir con mis lectores y lectoras las emociones que me ha brindado, a lo largo de medio siglo, el ejercicio de la profesión docente”, dice.

Pide destacar el prólogo de este libro, “escrito por una antigua alumna mía de bachillerato, ya jubilada, que siguió mis pasos docentes y que ahora tiene a su vez una alumna que sigue los suyos. Es un ejemplo de la increíble e interminable sementera de la educación”.

Señala que no es común que se compartan las alegrías del oficio como sí se hace de los obstáculos: “Somos muy dados a subrayar los problemas, las dificultades, los sinsabores de la vida y más reticentes a compartir las profundas emociones”. Define al trabajo docente como “una tarea que consiste en la comunicación que llega a la mente y al corazón de las personas” y que “gana autoridad por el amor”.

Querer, saber y poder

En diálogo con El Eslabón, Miguel Ángel Santos Guerra –catedrático de la Universidad de Málaga– habla de la magnitud de la docencia, la que define como “la más hermosa que se le ha encomendado al ser humano en la historia: trabajar con la mente y el corazón de los niños y de las niñas”.

—Muchas docentes comparten en charlas informales o por las redes sociales ricas vivencias afectivas alrededor de la escuela, pero no siempre se animan a transformarlas en historias que inviten a pensar la propia formación, a escribirlas ¿Por qué no se logra dar ese salto?

—Es cierto. Lo he pensado muchas veces y, de hecho, he invitado en numerosas ocasiones a compartir por escrito las emociones que, de forma inevitable, se viven en esta tarea que, a mi juicio, es la más hermosa que se le ha encomendado al ser humano en la historia: trabajar con la mente y el corazón de los niños y de las niñas. ¿Por qué no escriben? Porque muchos piensan que lo que a ellos les pasa no tiene mucho interés, porque creen que no tienen tiempo para escribir y porque creen que no lo van a saber contar. Yo les digo que no es tan difícil. Sujeto, verbo y predicado. Sujeto, verbo y predicado. Sujeto, verbo y predicado. Así has que cuenten lo que les pasa. Ese ejercicio tiene dos beneficios importantes. Uno para quien escribe. Ese pensamiento caótico y errático sobre las prácticas, cuando escribimos, lo tenemos que ordenar, estructurar, argumentar. Y nos ayuda a comprender. Otro para quien lee: porque esa lectura produce optimismo (no estamos solos) y ofrece caminos abiertos que otros pueden transitar.

—En varias oportunidades de su libro afirma que el aprendizaje “no se produce cuando alguien quiere enseñar, sino cuando alguien quiere aprender” ¿Cómo hacer que esto suceda?

—Es así. Hemos puesto siempre el foco de la didáctica en la enseñanza y no en el aprendizaje. Es la historia del comerciante que dice: “Yo vendo, pero no compran”. Pero si no compran por algo será: o lo que vende no se necesita, o tiene un precio desorbitado, o lo está vendiendo otro al lado por la mitad o el vendedor tiene un carácter insoportable y nadie se le quiere acercar. Puedo llevar el caballo a la fuente por la fuerza, le puedo meter la cabeza en el agua, pero si él no quiere beber, no bebe. Por eso es tan necesario ayudar a despertar la sed de conocimiento, la sed de mejora. Para que alguien aprenda de forma significativa y relevante, dice el constructivismo, hace falta que el conocimiento tenga una lógica interna, una lógica externa (que entronque con lo que el aprendiz ya sabe) y una disposición emocional hacia el aprendizaje. Aquí está la clave: en despertar el deseo de saber, la curiosidad por descubrir. Aprender es apasionante, ¿por qué la enseñanza resulta a veces insufrible? Decía Churchill: “Me encanta aprender, pero me horroriza que me enseñen” ¿Cuándo horroriza el aprender? Cuando el conocimiento no tiene que ver con la vida, cuando es aburrido el método, cuando no hay amor en el proceso. Los alumnos aprenden de aquellos docentes a los que aman.

—¿Cómo se unen la pasión por enseñar y el derecho a un trabajo docente digno?

—Suelo hablar de tres verbos indispensables para el buen ejercicio de la docencia. El primero es el verbo querer. Ahí está la pasión, el compromiso y el amor por la tarea. El segundo es el verbo saber. Hay quien piensa que esta profesión es inespecífica. Es decir que no exige saberes y estrategias especializadas. No es cierto. El tercer verbo es poder. Y aquí está la cuestión que me planteas. Hace falta también tener buenas condiciones, una buena escuela, pocos alumnos en el aula, una buena dirección, un buen sueldo, el respeto de la administración educativa y la colaboración de los padres y de las madres.

—Las anécdotas alrededor de los árboles plantados en cada visita están cargadas de metáforas para enseñar ¿Cuál sería un árbol para este tiempo y qué mensaje llevaría?

—En las diez escuelas que he sido nombrado Padrino Pedagógico en Argentina he plantado un árbol. La metáfora del árbol es hermosa, porque el árbol crece hacia arriba y hacia abajo. Da flores y frutos. Da sombra y cobija a los pájaros. Pero es necesario que esté en buena tierra, que sea cuidado, regado, podado y protegido de plagas y de leñadores. Hace unos años publiqué un libro en Portugal titulado El árbol de la democracia. En Homo Sapiens, en el libro Arte y parte. Desarrollar la democracia en la escuela, tengo un capítulo titulado “La participación es un árbol”. Creo que ahora tendremos que plantar y cuidar el árbol de la felicidad. La felicidad de todos y de todas, no sólo de los privilegiados de la tierra. La educación hace con ese árbol lo que la primavera hace con los cerezos.

Nota publicada en la edición impresa del semanario El Eslabón del 27/05/23

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