El proceso político de la Argentina –desde mediados del siglo pasado siempre signado por el devenir del peronismo– vuelve a poner en tela de juicio la capacidad de representación del sistema democrático institucional vigente en el territorio nacional. Otra vez, estamos asistiendo a un turno electoral en el que la persona que expresa la principal referencia política del pueblo argentino no puede presentarse como candidata y sin embargo –y aún con los condicionamientos que esa situación impone– ejerce su liderazgo sobre la gran masa y su militancia leal y ansiosa de justicia social, y también sobre la dirigencia de fidelidades diletantes y con ansias y afanes más privados y sectoriales que nacionales y populares, que sí está en condiciones de asumir candidaturas y funciones republicanas. Otra vez, la gran masa y su militancia tendrán que asumir el desafío de superar las consecuencias del aislamiento de su líder, de resistir la ofensiva opresora, de recrear las condiciones para una democracia que garantice el pleno cumplimiento de los derechos sociales, incluido el de expresar su identidad política y elegir sus representantes libremente, tal vez el más sagrado de los derechos de la clase trabajadora argentina.

Trazados los parangones, vale escuchar y leer a Cristina como se escuchaban y leían aquellas cintas y cartas de Perón desde su exilio. Vale también abrir grandes los ojos para diferenciar entre Felipes Valleses y Augustos Vandores del momento. Vale, quizás, cotejar Massas con Frondizis. Vale, tal vez, distinguir las pajas que conllevan las jugadas tácticas y coyunturales del trigo que a veces se pierde de vista por el polvo que se levanta cuando se aceleran las marchas en el ancho y terrestre camino de la estrategia. Vale, capaz, aprovechar aquello de que ya está todo escrito, para nutrirse de esas fuentes y aprender cada vez más a ser presente y futuro dignos de escribirse y leerse alguna vez. 

Por lo pronto, de cara a las próximas elecciones, Cristina nos estaría diciendo que su bastón de mariscal le estaría alcanzando apenas para esto de “más vale Massa conocido…” Lo planteó descarnadamente en su reciente discurso en el Aeroparque Jorge Newbery, con el avión desde el que se tiraban compañeros al mar de fondo. Pucha con lo maleable de los fondos, las imágenes, los símbolos. Que hoy no estaría alcanzando para presentar un avión que simbolice un despliegue de desarrollo industrial y tecnológico soberano que sí pudo lograrse en un otrora es alto retroceso, más vale. Pero que hoy esté alcanzando para presentar al candidato de turno en la presentación de ese avión que usaron los genocidas no parece poco, sobre todo porque lleva a otro otrora, horroroso, no tan lejano y de nuevo latente. En un otrora más que reciente, a Cristina la condenaron a prisión y la inhabilitaron para ocupar cargos públicos integrantes del Partido Judicial que reemplaza al Partido Militar en eso de garantizar una democracia restringida a los arbitrios de personas a las que nadie eligió para que arbitren los términos y alcances de las democracia. Y unos días después de condenarla, a Cristina casi le vuelan la cabeza y la investigación de ese hecho está en manos del mismo Partido Judicial. 

Lamentar esta realidad de retrocesos es más que lógico y justificable. Llevar el lamento al punto de salir a jetonear con que la postulación de Massa es indigerible, con que “hasta acá llegué”, con que “en esta no cuenten con mi voto”, puede entenderse como una primera reacción catártica. Sostenerse en ese acto reflejo se estaría tornando una conducta demasiado funcional a la profundización del saqueo del patrimonio material y de la destrucción definitiva del sentido de comunidad organizada y orgullosa de su nacionalidad que supimos conseguir y cuesta tanto sostener. 

A la vez que ratifica su condición de bastonera principal, Cristina nos estaría insistiendo en que nosotros también usemos nuestros bastones de mariscales. Pero no sólo para invitar a la ciudadanía a ejercer concienzudamente su potestad de elegir en las urnas, entre los no proscriptos. “Dejen de leer operaciones políticas en los diarios, hay que decir la verdad, salgan a hablar con la gente, a explicar lo que está pasando, a organizar desde la profundidad de las fábricas y los territorios”, nos incita. 

“Hasta los economistas neoliberales admiten que las ganancias de las grandes empresas inciden en la suba de la inflación”, nos explica; y enseguida nos comparte su “¡teléfono para el ministro y el candidato!”, que son el mismo, ese que está sentadito ahí al lado suyo. Ese al que un ratito antes, nada más ni nada menos que en el “primer acto de campaña” compartido, le había dicho “sos medio fullero vos, eh”.

Entonces, Cristina nos estaría pidiendo que votemos a Massa, claro, pero no nos estaría pidiendo que nos creamos y salgamos a hacer creer que Massa es Messi. Massa es Sergio, Messi es Lio. “Lío. Salgan a hacer lío”, implora a menudo Cristina, en el plano sagrado de lo estratégico y lo ideológico-doctrinario. “Cuando no podés transformar, tenés que ordenar y tranquilizar”, argumenta a la vez en el farragoso nivel de lo táctico-contextual.

“Esto no es tarea de una sola persona”, remarca, sin dejar de asumir su rol de conductora. “Hay que sacar del bronce a los próceres, creanme que San Martín era un hombre como ustedes, con virtudes y errores, nada más que tenía mucho coraje y mucho amor por la patria, que es lo que se necesita tener hoy y siempre”, arengó, en uno de sus recientes mensajes lanzado desde el exilio que asume seguramente con –por lo menos– el mismo desánimo que cundió entre la masa y la militancia a la que representa ante su llamado a votar al candidato de turno. Ojalá, también, líder y tropa puedan parangonarse en lo del mucho coraje y amor por la patria que hacen falta, junto con la inevitable “comprensión de contexto”. Ese contexto que a veces hay que tranquilizar y ordenar, pero para poder seguir transformando, no para resignarse, ni quebrarse. Mucho menos da –se opina desde acá–, para creerse en condiciones de desconocer a la jefa y pasar a autopercibirse como un libre pensador. Muchísimo menos todavía, para creerse en condiciones de reemplazarla porque se llega a una Presidencia. Con eso fantaseó –se arriesga desde acá– el Presidente saliente; y así le fue. Pero bueno, ningún pibe nace fullero. Prócer tampoco. Las derrotas y las victorias, las frustraciones y los sueños cumplidos, suelen viajar en colectivo. Y más allá del resultado que de ellas surja, este viaje no terminará en las próximas elecciones.

Nota publicada en la edición impresa del semanario El Eslabón del 01/07/23

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