Foto: AP/Phelan M. Ebenhack.
Foto: AP/Phelan M. Ebenhack.

El fusil AR-15, el que se utilizó en la masacre de Orlando, Florida, que dejó 50 muertos es el más vendido en su categoría. Y ahora está en pleno auge. Un verdadero boom de ventas. Se vende como pan caliente.

En EE.UU. hay más de un arma por persona. No son cifras oficiales, pero las mediciones de las ONG así lo certifican: hay más de 310 millones de armas de fuego en manos de civiles. Con una población de unos 320 millones de habitantes, y descontando a los menores de edad, el resultado es por lo menos un arma por persona.

Las cifras prueban que, más allá de las reiteradas, consabidas y cansadoras posturas sobre qué o quién tiene la culpa o la responsabilidad de lo que sucede (una cuestión compleja en la que se combinan múltiples, cambiantes e inasibles factores), el gran beneficiario, una vez más, es el mercado. El Dios Mercado del capitalismo, alias Moloch, porque se alimenta de sacrificios humanos y no repara en costos a la hora de obtener ganancias.

En el imperio estadounidense, como sucede asimismo en buena parte de este planeta, impera la violencia, en todas sus formas. La violencia sistémica de la desigualdad social creciente es un tema de todos los días en EE.UU., discutido por académicos, militantes y dirigentes. La violencia de los policías que masacran afroamericanos en las calles, y en la mayoría de los casos quedan impunes, es otro tema que se discute en esa sociedad y que ha dado lugar a multitudinarias marchas contra el racismo y la policía de gatillo fácil. Pero además está la violencia que exporta el Imperio.

EE.UU. produce decenas o centenares de muertes, en su mayoría de civiles no combatientes, todos los días, en distintas parte del mundo invadidas por el Imperio. Un mínimo porcentaje de la violencia que EE.UU. importa, se vuelve contra ellos mismos. La ejercen sus propios ciudadanos, en su propia tierra. Los estadounidenses se matan entre ellos, además de asesinar personas fuera de su territorio con las más cínicas excusas.

Pese a eso, mentes colonizadas de la Argentina y el mundo siguen considerando a esa sociedad como la ideal, la más perfecta, la más segura. La psicología debería especializarse cada vez más en el estudio de la mente cipáyica. En la Argentina, dirigentes de la derecha –y no sólo de la derecha–, siguen pidiendo asesoramiento al FBI y la DEA. Y los siguen considerando ejemplos a imitar. En muchos casos saben que no es así, pero lo hacen por dinero. El cipayismo es una actividad bien remunerada.

Según cifras de la organización Brady Campaign, 31 personas mueren por disparos de otra persona cada día. En lo que va de 2016 se produjeron unos 130 incidentes con armas, de distinta magnitud. Se calcula que unas 30 mil personas mueren por año a causa de heridas producidas por armas de fuego.

Según datos de la asociación estadounidense Gun Violence Archive, desde diciembre de 2012, cuando un hombre mató a 20 niños y seis adultos en una escuela primaria de Connecticut, hubo 998 tiroteos masacres masivas. Según un informe de la BBC, solo en el 2015 se produjeron en EEUU 372 ataques masivos, con un saldo de 475 muertos y 1.870 heridos.

Ciudadanas y ciudadanos de todo el mundo se solidarizan con las víctimas y se pronuncian a través de las redes sociales con mensajes conmovedores y humanos. Pero otra parte de esa misma Humanidad hace cuentas, intentando disimular su alegría. Son aquellos que lucran con la venta de armas, los sistemas de seguridad, y las agencias de vigilancia, por ejemplo.

Los primeros y más seguros ganadores son los que venden armas. Hay más de 60 mil armerías en EE.UU. Pero además las armas, incluso las de guerra, se pueden comprar en casas de empeño y en supermercados. Cuando pretendieron limitar la venta de armas en estos lugares, la propuesta no prosperó.

La cadena de supermercados Walmart, una poderosísima corporación que tiene sus propios diputados, dejó de ofrecer fusiles de asalto en sus tiendas (AR-15 y M16) recién en agosto de 2015, tras el asesinato de dos periodistas estadounidenses el 27 de agosto de ese año, durante una transmisión en vivo desde Virginia.

Pero los demás negocios están vendiendo como nunca. Su único problema es ordenar la ansiedad de los que hacen largas filas para comprar armas. Y no quedarse sin stock, claro.

El principal grupo de presión para evitar un mayor control de armas (como alguna vez pretendió un tal Barack Obama, que ocupa un “cargo menor” y no pudo) es la Asociación Nacional del Rifle o (National Rifle Association -NRA). Lo más perverso de estos señores es que defienden el derecho a tener armas en nombre de “la libertad”.

Se fundó en Nueva York, en 1871, y se la considera la organización de “derechos civiles” más antigua de ese país, con más de cinco millones de socios.

O sea que en EE.UU., la libertad y los derechos civiles quedan ligados a las armas, a la violencia, a la muerte. En término de valores, la libertad es la libertad de acumular riquezas en forma obscena. Y la libertad de matar.

Y allí están, en medio de una consternación y un asombro que de tan repetidos resultan cínicos, la candidata y el candidato a la presidencia para las elecciones de noviembre.

Por un lado, por el partido demócrata, Hillary Clinton, amiga del mayor genocida vivo, Henry Kissinger (se los ve muy sonrientes en una foto de campaña), y ex secretaria de Estado durante la presidencia de Obama. Durante el desempeño de ese cargo, en mayo de 2011 se la vio en la denominada “Sala de situaciones” de la Casa Blanca, observando en vivo el asesinato sin juicio previo de Osama Bin Laden. Pone cara de espanto, pero no se sabe si es por el espectáculo o porque se le terminó el pochoclo. Y esa es la opción “más progresista”.

También está, representando al Partido Republicano muy a pesar de los propios republicanos, el magnate inmobiliario Donald Trump, otro que se benefició con la masacre de Orlando. El violento, racista, xenófobo, misógino y brutal candidato llevó mucha agua para su molino tras la masacre de Orlando. “Yo les avisé”, dijo el candidato que propuso levantar un muro en la frontera con México y prohibir la entrada de musulmanes a EE.UU. Le pidió la renuncia a Obama, alborozado, y siguió haciendo cuentas.

La matanza de Orlando y la violencia de género

Una masacre como la ocurrida esta semana en Estados Unidos no puede enfocarse desde un sólo punto de vista. Sólo una mirada miope, ciega por ignorancia o interés, puede sostener que un sólo factor, un sólo fenómeno, un sólo motivo aislado, descontextualizado, pueda explicar la reiteración de estas formas de violencia.

En este marco, acaso un estudio interdisciplinario y transdisciplinario pueda, al menos, plantear preguntas honestas. Sin dudas el odio, en alguna de sus formas, es el denominador común. La perspectiva que tiene en cuenta la violencia doméstica y, más específicamente, contra la mujer, puede resultar esclarecedora.

La nota de Tara Culp-Ressler, titulada “El papel de la masculinidad tóxica en las balaceras masivas” (“The Role Of Toxic Masculinity In Mass Shootings”) y publicada en el sitio estadounidense Think Progress, aporta esta mirada de género y demuestra, con una enorme cantidad de datos, que Omar Mateen, al igual que los asesinos que vienen perpetrando grandes matanzas, responden a un mismo patrón y tienen un largo historial de violencia de género y falta de respeto a las mujeres.

“Los datos emergentes sobre Omar Mateen encajan en un patrón más grande y suele pasar por alto a la violencia en este país, en el que los delitos contra las mujeres a menudo se convierten luego en delitos contra un mayor número de personas”, asegura Culp-Ressler.

“No era una persona estable. Se limitaba a volver a casa y empezar a golpearme porque la ropa no estaba preparada o algo por el estilo”, señaló al Washington Post Sitora Yusifiy, que estuvo casada con Mateen durante dos años.

Culp-Ressler menciona que uno de los ex compañeros de trabajo de Mateen, Daniel Gilroy, dijo al Miami Herald que el asesino a menudo se jactaba de sus relaciones con otras mujeres mientras estaba casado con Yusifiy. “Todo lo que quería hacer era engañar a su esposa. Tenía muy poco respeto por las mujeres.”, agregó Gilroy.

“Esta noticia no resulta sorprendente a las personas que trabajan en temas relacionados con la violencia doméstica, asalto sexual y violencia de género. Hay una gran cantidad de evidencia de que los hombres que hacen daño a los miembros femeninos de su familia a menudo van de hacer daño a otras personas”, señala Culp-Ressler, que además aporta estadísticas reveladoras. Entre 2009 y 2012, el 40 por ciento de las masacres en masa comenzó como una acción dirigida a una novia, esposa o ex esposa. “Sólo el año pasado, casi un tercio de las masacres estuvieron relacionados de alguna manera con la violencia doméstica”, indica la autora.

Fuente: El Eslabón

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