¿Usted preguntará por qué votamos? Con la pregunta podemos parafrasear al poeta Mario Benedetti, cuando interrogaba a porfía en las noches más oscuras de los países del sur. Sufragamos para organizar las relaciones de fuerza que administran el poder en una sociedad. ¿Tan así? Y bueno, por lo menos lo que se pueda. Ya se sabe que es el poder fáctico, el ejercido por individuos o grupos para defender intereses económicos y sociales de carácter particular dentro de la comunidad política, tiene la tajada del león en la disputa no formalizada.

Conectar esta relación con la vida cotidiana requiere un coaxil de fuste. Hay candidatos que hablan de sus propuestas en términos de causalidad y otros toman un atajo semántico mucho más fácil de metabolizar. Aunque cueste creerlo los segundos suelen tener éxito en los últimos tiempos. En la campaña que terminó con la elección de este domingo, la oposición más dura mostró la realidad a través de un tubo de Rayos X: datos puros y duros. Desempleo, caída del salario y del consumo, inflación y colapso del aparato productivo sólo por dar algunos botones de muestra.

La Administración a Cargo del País, gambeteó el presente, selló la discusión sobre economía y dibujó el futuro con sus ya típicos significantes vacios, aplicables a cualquier situación: vamos juntos, todos unidos, esperanza y un sol que algún día saldrá para todos. ¿Quiénes son todos? ¿Cuál puede ser el punto de contacto entre alguien que perdió el empleo y los exportadores que la juntan con la pala? ¿Qué camino los llevar a marchar unidos? Ninguno. Es una falacia para apagar la percepción del conflicto, del antagonismo entre un sector que viene perdiendo por goleada y otro que gana con el mismo score; ergo no hay crisis, sino un problemita en la distribución del poder citado.

Pongamos que no se pueda zanjar esa contradicción de fondo. Al menos ¿hubo movilidad social? La respuesta es no, los pobres se cronificaron, bajó el consumo de leche, los jubilados necesitan ayuda de sus familias, las tarifas se inflan como globos de Helio y encima apagaron el motor de la industria y pusieron proa a la reprimarización de la economía, como un deja vu del siglo XIX.

A pesar de todo lo citado, Cambiemos se impuso en nueve provincias, en el feudo porteño y casi sopla la nuca a Unidad Ciudadana en la provincia de Buenos Aires y Santa Fe. Con casos paradigmáticos, como quitarles San Luis a los Rodríguez Saa e imponerse en Jujuy, que tiene los peores indicadores sociales de la Argentina. Algo en el coaxil debe estar fallando, algo debe estar pasando que deja inerme al votante de a pie, frente a la poderosa maquinaria del deseo.

¿Cómo se explica el voto sin pensar en el bolsillo cuando el factor económico puede hundir la vida cotidiana? El análisis algebraico/político de las elecciones debe incluir una mirada a la eficacia simbólica del capitalismo, que moldea la subjetividad a través de varios frentes.

Así, medios de comunicación, status exhibidos como metas, falsos discursos sobre la realidad, apelación a valores y moral como distractivos de las verdaderas razones de la estructura social, convergen para modelar una aspiración inefable: ser parte de esa epifanía sonriente y afable que maneja los hilos ocultos del poder. Aunque sea por proyección, aunque sea poniéndoles un voto, aunque sea a costa del sacrificio, como dicen en la tele, aunque sea.

 

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