La construcción mediática que transforma los legítimos reclamos populares en hechos “subversivos” para justificar la creciente represión y el proyecto de exclusión, no es nueva y tiene antecedentes concretos y nefastos.

“En momentos históricos tan distantes como 1878, 1955 y 2002 detectamos un mismo artilugio discursivo para borrar la acción criminal de la agencia estatal sobre los cuerpos. Tanto en las Campañas al Desierto, como en el Bombardeo a Plaza de Mayo y en la Masacre de Puente Pueyrredón, circuló en la prensa la idea de «muertos en enfrentamiento»”, sostiene Luciana Mignoli, miembro de la Red de Investigadores en Genocidio y Política Indígena en Argentina. El pasado 25 de noviembre, Rafael Nahuel, un joven mapuche de 22 años murió asesinado de un balazo en el marco de un brutal operativo represivo, donde actuaron un grupo especial de Prefectura Albatros, Policía Federal y Gendarmería Nacional.

Nahuel se encontraba con otros integrantes de la comunidad Lafken Winkul Mapu, refugiado en una montaña en las inmediaciones del Lago Mascardi, provincia de Río Negro, cuando miembros de la Prefectura comenzaron a perseguirlos. “Salieron a cazarnos. Nosotros nos defendimos con piedras y palos, nada más. Y ellos nos tiraban con municiones de plomo, sin medir consecuencias”, relató uno de los miembros de la comunidad a la Revista Cítrica.

El beneficio de la duda

En esta semana, nefastamente, regresó desde el fondo negro de nuestra historia una construcción perversa: “Villa Mascardi: un muerto tras enfrentamiento entre mapuches y fuerzas de seguridad. Ocurrió entre efectivos e integrantes de una comunidad mapuche en el predio desalojado el jueves pasado en la localidad cercana a Bariloche”, publicó Perfil, el sábado 2 de noviembre pasado.

En tanto, Clarín tituló “Un mapuche murió baleado tras un enfrentamiento con la Prefectura en Villa Mascardi”.

Por su parte, Página 12, advertía que “con la idea fija del enemigo interno, el Gobierno hizo propia la versión de Prefectura y sostuvo que hubo un ataque de los mapuches”.

La ministra de Seguridad Patricia Bullrich, dijo sobre el conflicto en Villa Mascardi: «Llevamos adelante una acción legal y legítima».

El diario La Nación publicó que el “enfrentamiento” fue entre “efectivos del grupo Albatros, de Prefectura Naval, y miembros del Lof Laufken Winkul Mapu, vinculado presuntamente a Resistencia Ancestral Mapuche (RAM)”, y que “se enfrentaron en Villa Mascardi, en el predio de Parques Nacionales del que habían sido desalojados por orden del juez Villanueva”.

En tal marco, la vicepresidente de la Nación, Gabriela Michetti, afirmó ante el domesticado Luis Majul, en el programa televisivo La Cornisa (Canal América): “El beneficio de la duda siempre lo tiene que tener la fuerza de seguridad”.

Una sociedad pacificada a la fuerza

Michetti profetizó, o amenazó, al advertir que “todos los que son violentos tienen que darse cuenta que o aceptan que esta es una sociedad pacíficaFanchiotti que tiene instituciones o acatan las reglas de juego para convivir o están fuera de la sociedad”.

Con esa manipulación mediática se apuntala la versión macrista: la expulsión de los mapuches de toda clase de colectivo legítimo y que, por lo tanto, representan una «amenaza» para el orden establecido.

Por su parte, el domingo 26 de noviembre, el gobierno afirmó que Prefectura desalojó a “mapuches de la RAM”. Y resaltó que “eran 10, primero atacaron con piedras y después atacaron con calibres 22 y 38”, omitiendo el hecho de que no hay evidencia alguna del uso de armas de fuego por parte de los mapuches.

Jorge Lanata, esgrimió: “En realidad no sé si está bien decir mapuches, porque mapuches hay un montón y no son tipos que están con fierros por ahí. En realidad esto es el 5 por ciento de los mapuches o menos, el 2 por ciento de los mapuches. ¿Qué son? ¿Grupos armados? ¿Son terroristas? ¿Qué es un tipo que usa el terror para lograr un resultado político?”, concluyó.

Eliminar la protesta

Al descalificar como agresiva a la genuina protesta social, se justifica la violencia armada institucionalizada para que el Estado la ejerza con total impunidad y bajo el resguardo de los relatos de la prensa hegemónica.

Por su parte, Luciana Mignoli, una de las coordinadoras de la “Jornada sobre Genocidio Indígena en Argentina”, realizada hace una semana en el porteño Centro Cultural de la Memoria Haroldo Conti, apuntó: “Ser mapuche, ser joven y luchar por el territorio son hoy atributos que, a los ojos de este Estado, te hacen merecedor de una bala”.

Al retomar esa lógica en nuestro pasado, el libro colectivo Prensa En Conflicto. De la Guerra contra el Paraguay a la Masacre de Puente Pueyrredón, escritas por María Silvia Biancardi y Mignoli, Buenos Aires, 2013, Ediciones del CCC, se recuerda que “el teniente Rudecindo Roca (hermano de Julio Argentino) atacó a traición y fusiló a un grupo perteneciente al pueblo ranquel en la ciudad de Villa Mercedes, San Luis”.

“Este hecho llegó a ser calificado en El Pueblo Libre de Córdoba y La Nación de Buenos Aires como «crimen de lesa humanidad», diarios que con marcada ironía echaron por tierra las falsas argumentaciones de Rudencido Roca, quien había afirmado que los ranqueles habían sido muertos en un «enfrentamiento»”.

En tanto, sobre el caso del Bombardeo a Plaza de Mayo, el texto reseña que “los medios que se oponían al modelo peronista como Clarín y La Nación intentaron eludir la mención explícita de los responsables y anular las consecuencias catastróficas de la masacre o, directamente, presentaron los hechos como el resultado de «un enfrentamiento entre bandos»”.

Organizar la represión

También subraya que: “En 2002, los mismos dos diarios actuaron durante los días previos y posteriores al corte del Puente Pueyrredón como voceros del gobierno advirtiendo sobre la necesidad de garantizar la libre circulación y de detener la supuesta «violencia organizada» que encarnaban los piqueteros”.

La investigadora no olvida aquel título: “La crisis causó dos nuevas muertes”, y “Dos muertos al enfrentarse piqueteros con la policía”. Explica que entonces, “Clarín y La Nación, respectivamente, eligieron omitir la feroz represión policial para pasar a describir los hechos como «un enfrentamiento, una batalla campal, disputas internas entre las organizaciones de piqueteros »”.

En aquel julio de 2016, uno de los jefes editoriales del diario de la señora Noble, Julio Blanck, admitía en una entrevista que su periódico había implementado el llamado «periodismo de guerra» contra el gobierno de Cristina.

Y confesaba: “Eso es mal periodismo. Fuimos buenos haciendo guerra, estamos vivos, llegamos vivos al final, al último día. Ese periodismo no es como yo lo entiendo, no es el que me gusta hacer”.

Propiedad y poder

“Es realmente llamativo el caso de La Nación, que en 1878 habla de «crimen de lesa humanidad » y critica la caracterización de «enfrentamiento » y luego en 1955 y 2002 utiliza ese argumento –que antes cuestionaba– para describir otros conflictos sociales. ¿Significa quizás que podemos rastrear a finales del siglo XIX una tensión entre la propiedad de los medios y las disputas de poder”, reflexiona.

“Porque por aquel entonces, el hermano de Rudecindo y ministro de Guerra de la Nación, Julio Argentino Roca, estaba en plena campaña presidencial. Entonces, el diario La Nación era propiedad de Bartolomé Mitre, ex presidente de la Nación y opositor a Roca”, señala la investigadora y docente en comunicación.

Encubrimiento de crímenes

“Y más llamativo aún  –según el libro– es que en conflictos tan disímiles, con actores absolutamente distintos y en momentos históricos muy distanciados en el tiempo, se utilice la misma idea de «muertos en enfrentamiento» para soslayar la acción criminal de la agencia estatal. Porque enfrentarse supone estar cara a cara, en igualdad de condiciones, con un objetivo compartido. ¿Podemos pensar que los ranqueles fusilados por la espalda en Villa Mercedes decidieron «enfrentarse»?

Y agrega:“¿O que las personas que transitaban por Plaza de Mayo, ese mediodía de julio de 1955 querían «enfrentarse» a las bombas? ¿Acaso Darío Santillán y Maximiliano Kosteki quisieron «enfrentarse» con la muerte que le procuraron los disparos a quemarropa de Franchiotti y sus secuaces? Ni ellos, ni todos los muertos y muertas de este libro «murieron en un enfrentamiento».  

Tampoco hubo enfrentamiento en la aniquilación en los casos del pueblo paraguayo, las poblaciones indígenas, los anarquistas, ni las mujeres, ni los estudiantes, ni los trabajadores, ni los desocupados. “En el cínico juego que establecen las clases dominantes, ellos fueron el fusible y pagaron con sus vidas el precio de la resistencia al poder”, sintetiza.

Fuente: El Eslabón.

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