Eugenio Zitelli, el sacerdote que bendijo las torturas y los crímenes que perpetró la patota de Feced en el Servicio de Informaciones (SI) de la Policía, el mayor centro clandestino de detención que funcionó durante la dictadura en la provincia, falleció el viernes 30 de marzo sin ser juzgado por los delitos de los que lo acusaban doce víctimas. La gracia divina y las tres postergaciones del juicio que debió tenerlo entre sus imputados, le permitieron estar ausente en el banquillo de los acusados del proceso oral y público que comenzó el jueves pasado.

La noticia sobre la muerte del párroco fue dada a conocer por su abogado Eduardo Romera en declaraciones a Radio Casilda, apenas unas horas después de su deceso. Según publicó el portal Casilda Plus, de la ciudad que tuvo a Zitelli durante varios años al frente de su principal iglesia, el cura acusado de participar de las sesiones de tormentos a las que eran sometidos los detenidos políticos, “murió poco antes de las 8 de la mañana de este viernes (por el 30)”. Tenía 85 años.

Zitelli estaba imputado por “privación ilegítima agravada y tormentos agravados por ser los detenidos perseguidos políticos”, según el expediente que comenzó a ventilarse el jueves pasado en los tribunales federales de Rosario. Numerosos testimonios de sobrevivientes del SI, lo ubican en sus sesiones de tormentos o hablándoles luego para que brinden información a los torturadores. Estaba acusado de cometer esos crímenes, considerados de lesa humanidad, por tanto imprescriptibles, contra 14 víctimas.

Faltó Zitelli. En la imagen, los represores que sí estuvieron el jueves pasado en Tribunales. | Foto: Andrés Macera.

El cura Zitelli debió ser estar sentado el jueves pasado junto a trece policías, en el marco de la causa Feced III, postergado en tres oportunidades, la última de ellas el mes pasado. Las dilaciones y demoras en el inicio del proceso tras el cual pudo haber sido condenado, le facilitaron llegar al final de su vida en libertad, lo que los organismos de derechos humanos definen como “impunidad biológica”.

Capellanes de infierno

Tal cual publicó en El Eslabón en 2004, el 26 de marzo de ese año el entonces juez federal de instrucción Omar Digerónimo citó a declarar al Padre Raúl Giménez –en ese momento el cura de la Catedral de Rosario– en el marco de la causa conocida como Fábrica Militar de Armas. En la audiencia, se le pidió al cura que “detalle cómo el Capellán del Ejército en el año 1977 le dijo que una chica iba a ser liberada, y que diga quién era en ese momento aquel Capellán”. Giménez dijo que el Capellán era Héctor Pedro Martínez, pero no recordó haber asegurado que la chica estaba viva. La conducta de Giménez con esa chica –allá por el `77–, no fue reprochada por la familia de la ex detenida, que finalmente fue liberada. Pero Giménez no habló ni recordó muchas otras cosas como por ejemplo, los encuentros habituales de la cúpula de la Iglesia local con representantes del Ejército.

Las últimas Cenas

En marzo de 1977 el padre Raúl Giménez era Director espiritual del Seminario “San Carlos Borromeo”, una escuela en Capitán Bermúdez donde se estudia para sacerdote. El rector era Mario Maulión, a quien los estudiantes de entonces no recuerdan justamente por su predicamento a favor de los pobres. El Obispo de Rosario por esos días era Monseñor Bolatti, persona que mantenía estrechas relaciones con la plana mayor del Segundo Cuerpo de Ejército conducido por el general Leopoldo Galtieri.

Ex seminaristas –hoy curas comprometidos con los pobres– consultados por este medio confirmaron que durante la dictadura se celebraban, en esa religiosa casa de estudio, cenas periódicas y agasajos para los generales del ejército. Uno de esos curas –de los del lado del pueblo– que guardaremos en el anonimato para que no lo molesten las autoridades, contó que “una vez por mes, más o menos, se hacían reuniones políticas en el seminario, donde las autoridades de la iglesia de aquel momento aprovechaban para conseguir dinero para el Arzobispado”.

El cura Zitelli en una de sus últimas visitas a la Justicia Federal. | Foto: Juane Basso.

Otro ex seminarista recordó que ellos hacían de mozos en esos eventos y que recuerdan haber visto, entre otros, al general Galtieri y a capellanes como Eugenio Zitelli (de la Jefatura de Policía de Rosario), Héctor Pocholo Martínez (sede del Comando del segundo cuerpo); Héctor Pedro García, secretario del Arzobispado de Rosario que los estudiantes para cura –que en esos años discutían a escondidas “el rol del sacerdote en la liberación del pueblo”– lo bautizaron por su buena onda con las iniciales H.P. También participaban obviamente, el “director espiritual” Raúl Giménez y el rector Mario Maulión ‒quien años después habría sido quien palanqueó la llegada de Giménez a la catedral de Rosario–.

La Iglesia Católica Apostólica y Romana provee de capellanes a todos los establecimientos de las fuerzas armadas. En Rosario, durante la dictadura, y según pudo reconstruir El Eslabón, estos se distribuyeron de la siguiente manera: en el Comando del Segundo Cuerpo, Héctor Martínez; en Jefatura de Policía, Eugenio Zitelli; en Fábrica Militar de Armas Domingo Matheu, Salvador Guerriero; en Fábrica de Fray Luis Beltrán, Bernardo Milotich; en Prefectura, Jorge de Diego –primo de Héctor Martínez–; en la Unidad Penitenciaria N°3 (La Redonda) Héctor Cardelli; en la escuela de Policía, Julio Galvati.

Es una picardía que Digerónimo no le haya preguntado en 2004 a Giménez de qué se charlaba en la sobremesa de aquellas veladas, mientras los pibes que soñaban con seguir el camino del Cristo de los pobres, debían llenar los vasos con el whisky preferido de un general del demonio.

Los organismos de derechos humanos no se olvidaron de llevar a Zitelli al tribu tribunal. | Foto: Andrés Macera.

Fuente: Diario de los Juicios/El Eslabón

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Un comentario

  1. Marcelo Saba

    30/09/2019 en 0:36

    Es una gran mentira, los militares no visitaban el seminario de Rosario. Yo fui seminarista y jamás vi a ninguno.

    Responder

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