Yo no sé, no. Pedro se acordaba de la primera vez que fue a la farmacia del barrio. Él ya sabía leer, y pensó leer la receta y pedir –seguro que eran unas gotitas para destapar la nariz–, pero cuando vio la letra del médico se llenó de dudas y pensó que el galeno lo había escrito en galeno (galeno era una palabra que hacía poco había escuchado y supo que venía de Grecia).

Ese año, en la Argentina, un galeno accedía a la primera magistratura: don Arturo Umberto Illia, que al año de asumir, a través de un decreto toma el control cambiario y sólo se podían comprar –bajo declaración jurada– 50 dólares mensuales por persona, una receta que cuidaba los intereses nacionales. A los poderes ligados al comercio agroexportador no les cayó para nada bien, estaban acostumbrados a las recetas que sólo a ellos beneficiaban.

A Pedro, su padrino le leía el diario que decía que ese año Boca salía campeón, Central terminaba en el puesto 11 y Ñuls en el 16. Y que ascendían Lanús y Platense.

Mientras su madrina preparaba unas pizzas crocantes con una receta que ella sola sabía, sus primas y su hermana le pedían la receta a una de las amigas que aparecía siempre con un novio pintón (seguro que no estaban hablando de cocina).

Ya con casi 9 años, unas horas antes de los morfis del 24 y el 31, todavía se preparaba la mayonesa casera y a Pedro le decían que no mirara el batido porque se podía cortar, cosa que en ninguna receta estaba. Pero, bueno, él hacía caso y no miraba. En la parrilla pintaba lechón, o pollos de campo, y para algunos la receta estaba en el chimichurri. Para Pedro, la receta estaba en comerlos fríos al otro día.

En la tele, una santiagueña, Doña Petrona C. de Gandulfo, copaba la pantalla y la vieja de Pedro, aun teniendo el libro, esperaba a doña Petrona con papel y lápiz en mano por si había una receta nueva.

Ya en los 70, tanto Central como Ñuls tenían dos equipazos y un buen juego. Más de un medio porteño se preguntaría por la receta para que eso ocurriera en el fútbol rosarino. Monzón era el campeón del mundo, y la receta: su pegada y el largo de sus brazos.

Martín Karadagián, con su luchas televisadas, nos seguía entreteniendo y nos divertía. Dueño de una receta mágica, a veces hacía de héroe (bueno) y otras de villano (malo).

Desde aquellos años hasta hoy, pasaron varias recetas. Algunas las sufrimos feo, y otras nos mejoraron la vida. En estos momentos, están en disputa las que por un lado nos las quieren imponer las minorías de siempre, y por el otro las que ya probamos para bien de las mayorías.

Pedro me dice: “La verdad que no hay recetas que te garanticen la felicidad, pero hay algunas que crean las condiciones para alejarnos de la angustia de estar colgado del travesaño, como lo estuvo aquel Platense”. Se detiene y agrega: “¿Sabés que le falta a las recetas de fin de año? Calamares, eso le falta”. Y pienso que tiene razón… con el mar que tenemos.

Pasando por la verdulería, vemos a una pibita con un papel en la mano, se lo da al verdulero y éste le pone en la bolsa frutas y verduras, y la niña se va. Pedro, entonces, me dice: “Hay algunas recetas que para ellos, los pibes, son la felicidad. Seguro que aparte de detallar el pedido, en ese papelito decía: «La semana que viene se lo pagamos»”.

Garantizar los alimentos para las mayorías, mañana se pagará… la mejor receta para la Patria.

 

Fuente: El Eslabón

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