Yo no sé, no. Ese viernes, hasta las 8 de la mañana, las nubes iban y venían. A veces lentamente y por momentos rápido, tanto que parecía humo. Para cuando aclaró un poco, con Pedro y algunos de la cuadra nos fuimos para el parque, no sin antes pelearla con los viejos de cada uno. Todos, o casi todos, nos decían: “Se quedan, miren el cielo, se viene una…”. Finalmente pudimos ganar esa pulseada con nuestras madres porque una semana antes Pedro, estando en lo de su abuela con unas condiciones climáticas parecidas, le había preguntado a su abuela: “¿Äiti, para cuándo llueve?”. Y la abuela miró el árbol de higos, el malvón, las hormigas que salían de las cañas indias rumbo a una joven parra, y también miró el cielo unos instantes para decirle, con una voz tranquila pero firme: “La lluvia vendrá por la noche”. Cuando escuchó esa afirmación, Pedro le dijo a su tía Chela que le escribiera en un papel “La lluvia vendrá por la noche”, para luego hacerlo firmar por la abuela. Esa mañana le mostró el papel con esa afirmación a su madre diciendo que la abuela le dijo que tenía validez para todos los viernes de enero y dos de febrero. Para eso de las 9 de la mañana, Josecito, su hermana Graciela, Pedro y yo estábamos llegando a Pellegrini y Oroño.

Los pájaros de la gran jaula a la que llamábamos la pajarera cantaban fuerte y en dos grupos que se diferenciaban por su canto. Gracielita decía que unos pedían por la lluvia, que eran los que más fuerte cantaban, y por otro lado estaban los que cantaban de contentos porque sabían que la lluvia estaba cercana. En un momento, Graciela le pidió el papel a Pedro, el que afirmaba que la lluvia vendría por la noche, se paró cerca de la gran jaula y lo leyó en voz alta. Pasó un minuto y nos quedamos mudos: los pájaros unificaron su canto y todos comenzaron a cantar en forma melodiosa como el grupo que cantaba sabiendo que iba a llover. Cuando dimos la vuelta por Oroño, una mujer que recién llegaba con su carrito pochoclero tenía cara de preocupación, más cuando miraba un par de nubes que, aunque quietas, estaban cargadas de agua y con una actitud amenazante. Josecito le pidió el papel a su hermana, se le acercó a la señora y le dijo: “Doña, no se preocupe, mire lo que dice acá, lo escribió la abuela”. La mujer se sonrió, le acarició el flequillo y nos regaló una bolsita con pochoclos.

Pedro, cuando vio que estábamos a la altura de Gimnasia y Esgrima, se acordó de la preocupación que tenían tanto su hermana como sus primas. Es que estábamos a un mes de los carnavales y querían tener la posta con lo del tiempo. A Pedro se le ocurrió que llegado el momento le mostraría la nota de la abuela con una fecha más allá del miércoles de cenizas, eso sí, esa información sería a cambio de algún billete. Lo cierto es que los dos últimos viernes de enero llovió sólo a la madrugada. Pasaron varios eneros y aquel papel con la afirmación de que a la noche iba a llover, seguía estando en poder de Pedro y cada tanto lo usaba, bah, lo mostraba para hacer el bien sin sacarle ningún provecho, como cuando veía a algún albañil un viernes por la mañana preocupado por algunas nubes. Una vez, sabiendo que Ana, una piba del barrio un par de años más grande que él, había comentado que le gustaba ir al cine sólo los días de lluvia, se acercó hasta la casa una tarde de un viernes sin una sola nube y le propuso ir al cine asegurando que esa noche llovería, que tenía un escrito casi sagrado y que con sólo leerlo se cumpliría, siempre y cuando fuera por una causa noble. Y le dijo, tratando de poner la voz de Jorge Salcedo: “Vos sos la causa”. Para las 10 de la noche, cuando salían del Rose Marie, caían las últimas gotas.

Otro viernes por la tarde, se enteró que en una de esas por la noche se jugaba un partido en la cancha de Peñarol. Como a las 9 de la noche, también escuchó que el equipo de Arroyito jugaba un partido en un país vecino o cercano, que podía ser Colombia o Chile. Lo que sí sabía era que el equipo rival tenía la camiseta roja, como Independiente. En la radio, un comentarista dijo: “Esta noche puede haber una lluvia de goles”.

Pedro no tenía mucha ganas de ir a jugar ese partido en la cancha de Peñarol, se recostó un rato, tipo 6 de la tarde, pero antes sacó del cajón de la mesa de luz aquel papel medio amarillento con la afirmación de la abuela. También agarró una camiseta de Central de cuando tenía 11 años que ya no le entraba, la tomó con la izquierda y con la derecha sostenía el papel mientras lo leía dos veces y se quedó deseando una lluvia de goles. Y que algunos los hiciera el Chango Gramajo y se volviera a meter en el arco contrario con pelotas y todo. Se quedó dormido aferrado al papel y al trapo. Los dos tenían los colores de su preferencia: el trapo, por razones obvias, y aquel papel amarillo por el tiempo, con unas letras con un azul que resistía.

Como a las 11 de la noche lo despertó el sonido de unas enormes gotas contra el techo de chapa, para luego llover de lo lindo hasta el amanecer de otro día.

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