La reciente movida cultural en apoyo al paro nacional convocado para el 24 de enero mostró que el descontento con el gobierno de Milei crece día a día y se organiza desde abajo.

La convocatoria de un amplísimo abanico de organizaciones ligadas a la cultura contra las políticas del gobierno nacional tuvo notorio eco en calles y plazas de varias ciudades del país, entre las que Rosario talló de modo acorde a sus expresiones y producciones artísticas, con masividad y diversidad. Ambos rasgos resaltan también en otros llamados y acciones sectoriales que se multiplican en estos días, de cara y en apoyo al paro general nacional promovido por las centrales obreras para el 24 de este mismo enero. En ese rumbo, lo del miércoles pasado fue un hito resonante con el movimiento cultural como protagonista principal desde sus diversidades pero sin veleidades, mezquindades y ombliguismos, que suelen afectar hasta desdibujarlas a homogeneidades orientadoras y aglutinantes. Más bien al contrario: las consignas y planteos centrales de “la gente de la cultura” combinaron y sintetizaron, con eficacia y claridad no siempre logradas, los señalamientos en principio más puntuales y “propios” con los más generales atacados por Mi-ley y compañía. Lo que importa es la cultura en tanto industria generadora de actividad económica y trabajo, y a la vez en tanto clave para la continuidad y construcción permanente de identidad común, de fuentes y marcos simbólicos e ideológicos vitales para la existencia de una Nación, de un Estado al servicio de una comunidad a la que representa y en la que se sustenta. Lo que importa es la cultura y las artes en tanto expresiones y representaciones, en tanto “cuerpo y alma” de la Argentina, de su pueblo.

“Las obras de teatro, la música, las películas, los libros, los hechos artísticos, consolidan un elemento clave que es la soberanía”, describió y definió el cineasta y documentalista cordobés Adrián Jaime. “Y sobre la soberanía no podemos transigir”, agregó, entrevistado en el programa Poné la Pava de Radio Rebelde. “No podemos pensarnos como vasallos de otras potencias que siempre están presionando para que nos arrodillemos y entreguemos porciones no sólo de nuestras identidades sino también de nuestros territorios. Si nos vencieran en lo ideológico seguramente ocurriría lo que están deseando algunos que es la entrega de Malvinas, de los hielos continentales”, remarcó el realizador, integrante de la cooperativa de producción audiovisual El Sulky y activo militante de Unidos por la Cultura, espacio que comenzó a tomar forma y nombre durante el macrismo y se reeditó en la gestión de Alberto Fernández en torno a la defensa de las llamadas asignaciones específicas para el sector.

Foto: Jorge Contrera | El Eslabón/Redacción Rosario

Ahora, el gobierno nacional asumido hace apenas poco más de un mes fue mucho más allá y el campo cultural es una víctima más de sus políticas de destrucción del Estado y transferencia de recursos de los muchos que tienen poco a los pocos que tienen mucho. “Esto deja a nuestro pueblo en una situación económica tan débil que, aunque se sostuvieran las instituciones culturales, la gente no tendría plata para ir a ver una obra o un recital, o para comprar un libro”, razonó –también en Poné la Pava– el actor Manuel Armoa, uno de los impulsores de la movida rosarina que el miércoles pasado copó el centro de la ciudad con la movilización desde la plaza Montenegro a la 25 de Mayo.

También en Buenos Aires se sintió con fuerza el reclamo, que se plantó frente a la sede del Congreso en la que ese mismo día comenzó el debate del proyecto de ley ómnibus, cuya carencia de sustento legal no debería siquiera debatirse. En este sentido, vale lo señalado por Hugo Castro Fau, quien además de titular de la productora Lagarto Cine es abogado.

“Argentina como Estado es parte de la Convención Internacional de La Haya sobre Diversidad Cultural, que junto con la Convención de Derechos Humanos obliga a asegurar el acceso a discursos audiovisuales diversos”, recordó, para remarcar la endeblez jurídica del proyecto del gobierno, que para defenderse apela a una legitimidad electoral indiscutible pero no siempre suficiente para completar gestiones tan en contra de los intereses de las mayorías y de las reglas de juego vigentes.

Al Peluca sí le alcanza todavía para que se siga escuchando eso de que “hay que darle tiempo”. En la movilización del miércoles en Rosario no faltaron automovilistas y transeúntes enojados por las demoras en el tránsito provocadas por el paso de los manifestantes. Lo mismo pasaba a fines de los 90, e incluso antes, a comienzos de esa década nefasta. Los primeros obreros de grandes fábricas que recibían telegramas de despido evaluaban el hecho en términos individuales y meritocráticos: “Es un castigo porque llegué tarde un par de veces”. Sólo cuando también despidieron a muchos más, incluidos los que llegaban siempre temprano y fungían de alcahuetes de encargados y patrones, empezaron a comprender que no se trataba de situaciones puntuales si no de decisiones empresariales para maximizar ganancias, amparadas por gobiernos corruptos y entreguistas. Ya en 2001, los mismos tacheros y oficinistas que meses antes insultaban a los piqueteros comenzaron a sumarse a las protestas que terminaron con un presidente huyendo en un helicóptero.

Foto: Jorge Contrera | El Eslabón/Redacción Rosario

Claro que no siempre la historia vuelve a repetirse. Y que la cosa termine otra vez con decenas de personas asesinadas por las fuerzas de seguridad y con millones de otras personas sumidas en la pobreza y la indigencia no es una propuesta que seduzca.

El desafío que se enfrenta es encontrar las herramientas que permitan perfilar un horizonte diferente a las luchas a las que nuevamente se obliga a un pueblo que no se resigna a las injusticias. Más sangre derramada, más fragmentación, más odio, más desprecio por las vidas ajenas, son modos y resultados que afectan mucho a los muchos que menos tienen y poco a los pocos que más tienen. Esas lógicas y esos anhelos se agitan y abundan en las pantallas controladas y manipuladas por los pocos, cuya enorme influencia en los muchos es un dato no menor.

Pero también, tal como resaltó Adrián Jaime en la previa de la movilización del miércoles, “hay todo un conglomerado social que se identifica cuando se produce un hecho cultural”. 

“De norte a sur de nuestro país hay una cantidad invalorable de actividades culturales que reflejan absolutamente todos los ingredientes que se arrastran desde lo histórico al presente; entonces es valiosísimo que, aún con los déficits que tengamos, defendamos nuestra historia, nuestros procederes, nuestras construcciones sociales, para sobrellevar nuestras realidades”, señaló después.

Esos ingredientes, esos procederes, confluyeron en plazas de más de 70 ciudades del país en la jornada del 10 de enero pasado y abonan las reuniones, asambleas y convocatorias en las que se discute cómo continuar de modo horizontal, con respeto a las distintas posturas, con vocación de diálogo, en busca de acuerdos básicos y soluciones colectivas. El olorcito que empieza a salir de esas cocinas por abajo es una sabrosa esperanza entre tanto olor a podrido por arriba.

Nota publicada en la edición impresa del semanario El Eslabón del 13/01/24

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