Desde 1986 se produjo la “renovación”: “Economía de mercado orientada al socialismo”, le llaman. Para algunos es el fin del sistema anterior, para otros es posible conservar sus ventajas para el pueblo. Y hay quienes se muestran como felices capitalistas (sin conocer sus miserias).

En Hanói, la bulliciosa capital de Vietnam, se producen a diario situaciones que permiten entablar diálogos con la población. Al menos con una parte de ella. “Disculpe: ¿podemos practicar inglés?”. Grupos de dos o tres estudiantes secundarios y universitarios se acercan al extranjero y hacen esa pregunta. “¿Tiene unos minutos? Gracias”. Desean practicar la lengua que, en la sociedad vietnamita de los últimos años, sobre todo a partir de 1986, cuando se produjo “la apertura al mundo” o “renovación” (“doi moi” en vietnamita), les abre las mejores perspectivas de trabajo, acceso a los empleos con salarios más elevados y ascenso social. El comercio exterior y el turismo son áreas muy codiciadas por los jóvenes.

Convertirse en un conversador callejero en la lengua del imperio permite recoger decenas de testimonios, opiniones e impresiones sobre la vida, los estudios y las expectativas de las vietnamitas y los vietnamitas de entre 15 y 20 años.

Pero más allá de estas iniciativas de los aplicados estudiantes con ansias de prosperar en una sociedad cada vez más competitiva, están los taxistas, los conductores de motonetas, y el personal de los hoteles, muy abiertos y conversadores.

Las conversaciones con estas trabajadoras y trabajadores también constituyen una fuente inestimable a la hora de recabar información. Las vendedoras y los vendedores ambulantes son, en general, algo más reticentes. No pueden o no quieren usar la lengua del imperio, o, según los casos, lo hacen de una manera que dificulta el diálogo. Pero hay muchas excepciones. Es cuestión de caminar.

Los veteranos que lucharon para liberar Vietnam de los invasores yanquis, explican con orgullo y detalle la manera en que expulsaron a los “zac mi” (“bandidos estadounidenses”) de su país en la guerra que se desarrolló entre 1965 y 1975. Los que lucharon por Vietnam del Sur, el ejército títere de EEUU, tienen otro enfoque, consideran la contienda como una guerra civil, hablan desde otro lugar y abogan por la reconciliación y el cierre de heridas.

Tanto unos como otros tienen trabajo como guías de turistas en las zonas donde tuvo lugar la guerra. Los segundos, obviamente, hablan un inglés más fluido, “teníamos que comunicarnos con los americanos porque luchábamos juntos”, aclaró Nguyen, ex oficial del ejército de Vietnam del Sur.

Lo cierto es que la eterna sonrisa y la simpatía de muchas vietnamitas y muchos vietnamitas permiten acceder, a través de conversaciones, algunas extensas y profundas, otras breves y circunstanciales, a los llamados “datos de la realidad”.

Y que esos datos, que forman una masa enorme, inasible, pueden contrastarse, con los datos duros, fríos, las estadísticas, los análisis académicos que forman parte del respaldo que lleva el viajero, a los que accede a través de libros, lejos del bullicio de las calles de Hanói.

La República Socialista de Vietnam tiene 331 mil kilómetros cuadrados de superficie. Un poco más que la provincia de Buenos Aires, que tiene 307 mil. Su población supera los 94 millones de personas. Desde hace más de 20 años, registra un crecimiento anual del 6 por ciento o más, pero la pregunta, desde su apertura al mercado, es siempre la misma: el reparto de la riqueza. Para muchos vietnamitas, el mercado produjo inequidad y pérdida de derechos. Para otros, está todo bien. Es uno de los aspectos de una de las tantas grietas de Vietnam.

Vietnam, como todos los otros países del mundo, es un proceso. Y en Vietnam, especialmente, se tiene la sensación, solo eso, una sensación desde la más pura ignorancia, de que se está produciendo un cambio de un dinamismo violento, desde hace veinte años, y que es muy difícil definir ese frenético movimiento sin alterar su esencia dinámica.

La pobreza en Vietnam es de menos del 15 por ciento. La indigencia es menor al 2 por ciento. El desempleo, del 4 por ciento. La alfabetización supera el 94 por ciento. El coeficiente de Gini es del 0,35. Cumplió con cinco de los ocho objetivos del milenio de la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO).

Pese a la entrada masiva de capitales de todas partes del mundo, una nueva forma de invasión imperialista, pero por otros medios, todavía el 40 por ciento de las empresas pertenecen al estado. La gran discusión se da en las calles, entre los jóvenes que quieren practicar la lengua del imperio. Muchos de ellos para estudiar, justamente, comercio exterior, y llevarse una parte de la torta. La discusión apunta a si es posible poner el mercado al servicio del socialismo, o si necesariamente es el socialismo el que ya está al servicio del mercado, o arrodillado ante él, o directamente ya no está. “Y sólo queda el nombre, como en China”, como señaló Lan, una joven estudiante de periodismo de Hánoi para quien la pérdida del socialismo era uno de los tantos problemas que padecía Vietnam, junto con la corrupción, la inflación y el arancelamiento de servicios que antes brindaba el estado.

Muchos señalaron la corrupción como uno de los principales problemas que enfrenta Vietnam en este momento.

Y también el daño ambiental que trajo aparejado el nuevo modelo: herbicidas prohibidos en otras partes del mundo, se utilizan en Vietnam. Suena conocido.

El modelo chino, sobre todo en cuanto a la mano de obra barata, y la retirada del socialismo real y su permanencia sólo como concepto, apareció en muchos de los testimonios de los jóvenes críticos de la “renovación”.

China es para Vietnam el gigante imperial que tienen al lado. Lucharon contra su poder durante casi mil años. Hoy la dominación china pasa por otro lado: el comercio, el modelo económico.

De todos modos, tanto en los jóvenes con valores socialistas como los que aceptan el neoliberalismo, da la sensación de que lo hacen desde el lugar de quienes nunca padecieron los rigores del capitalismo salvaje que devasta otras zonas del planeta.

Ciertos grados de violencia callejera, nuestra “inseguridad”, la alienación y cierto grado de fetichismo de la mercancía, a muchos de ellos les eran completamente ajenos. Por más vueltas y recursos retóricos que se utilizaran en la conversación, no tenían una verdadera y fundada “opinión” sobre esos temas, pertenecían a otro mundo.

Al hablar de esos temas, en realidad, hablaban de ellas y ellos mismos y de un mundo donde esas cuestiones tienen una entidad otra o ninguna.

Todas y todos, de diferentes, de muy diversas maneras, veneran a Ho Chi Minh (1890-1969), el líder que condujo su pueblo a la victoria contra los franceses primero y luego contra los estadounidenses.

El problema de fondo, más allá de la cantidad de datos, abrumadora, es la elevada dosis de otredad y la distancia insalvable: ¿Desde qué lugar, además, desde qué forma de capitalismo realmente existente se puede uno parar para mirar siquiera la realidad social y política de este pueblo milenario e inasible?

Cuando hablan de corrupción, de injusticia social, de pérdida de derechos, de indigencia, del retiro del estado, nos da la sensación de que todos esos conceptos necesitan una puesta en contexto, una suerte de “traducción cultural-social”. Y ahí es cuando miramos a nuestro alrededor, nos vemos rodeados de pagodas y personas que tienen una cosmovisión no sólo diferente sino, en muchos aspectos, incompatible, con la nuestra.

Las nociones políticas no son la excepción. No pueden quedar fuera de esa furiosa otredad. No pueden adaptarse en forma mecánica a una realidad que no tiene nada que ver con la nuestra. Toda comparación está condenada al fracaso Lo mejor es escuchar lo que dicen las ciudadanas y los ciudadanos de Vietnam y aceptar que nunca entenderemos qué pasa allí. A lo sumo, esquivar motos en medio del bullicio acaso nos permita, algún día, hacernos algunas preguntas más o menos bien orientadas, sobre ese misterio llamado Vietnam.

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