El cieguito volado
Yo no sé, no. Una de las tres bombitas de la cuadra, la que estaba en Iriondo y Riva, a la tardecita empezó a ser invadida. Primero por pequeñas mariposas que se asemejaban mucho a las polillas, luego por una banda de alguaciles.
Yo no sé, no. Una de las tres bombitas de la cuadra, la que estaba en Iriondo y Riva, a la tardecita empezó a ser invadida. Primero por pequeñas mariposas que se asemejaban mucho a las polillas, luego por una banda de alguaciles.
Yo no sé, no. El pedazo de vereda de tierra que estaba por Riva llegando a Iriondo, era el lugar en el que ejercitábamos nuestra soberanía a pleno y cuya superficie bien parejita era ideal para las bolis, tanto que hasta el más tr
Yo no sé, no. Ese jueves de diciembre, al mediodía, veníamos de barrio Triángulo caminando en fila india y aprovechando la sombra, y cuando llegamos al primer puente de la Vía Honda, de Riva y Avellaneda, unas nubes aparecieron.
Ese diciembre estaba promediando y un hecho inusual nos pareció que estaba ocurriendo. Resulta que entre la capilla y la Vía Honda, los cardos que por lo general para esa época sus flores aún están violetas, ya estaban blancas con
Yo no sé, no. A unos días del 8 de diciembre Manuel insistía en saber el pronóstico del tiempo. Le interesaba saber si el cielo en esos días iba a estar despejado, sobre todo por la noche. Cuando le preguntamos el porqué nos dijo
Yo no sé, no. El gran eucaliptus de Centeno apenas pasando Cafferata se venía cada vez más frondoso, o por lo menos así lo veíamos, y en su generosa sombra nos juntábamos. Veíamos que a metros, la antigua quinta le iba a dar paso
Yo no sé, no. La primavera parecía despedir ese noviembre de a poco, con días de lluvia y días de calor. Nosotros, los pibes, sabíamos que los días que quedaban atrás quedaban con algunas cuestiones pendientes.
Yo no sé, no. Pedro estaba invitado al cumple de Mónica. Ella vivía pasando barrio Acindar, donde casi todos los días el canto de los pájaros se mezclaba con el ruido de los pequeños talleres.
Yo no sé, no. Manuel, ese lunes de noviembre, apareció en la esquina donde estábamos reunidos con un fuerte dolor de garganta, que había comenzado con una picazón.
Yo no sé, no. El Biki, el perro de Manuel, parecía conocer las calles del barrio por el color. Un día Pedro nos dijo: “Vamos hasta el tercer puente de la Vía Honda, ahí cuando Uriburu se pone de un negro intenso”.