A las 10 de la mañana del miércoles 19 de julio, en la plaza Coronel Domínguez de Acebal, sólo hay dos trabajadores municipales que acomodan un cantero frente a la iglesia y un pibe en bicicleta. En pleno centro de la localidad, ese silencio urbano que sería desconcertante para cualquier rosarino –acostumbrado a una cortina de polución sonora constante–, y que parece amplificar el canto de los pájaros, de pronto se corta con el rugido de un viejo tractor, también de la comuna. La escuela, cerrada, aporta su cuota de mutismo a una jornada apacible y soleada.

Pero detrás de esa tranquilidad, característica de los pueblos de la pampa gringa, corre como en una suerte de río subterráneo un conflicto que emerge con fuerza cada vez que aparece la palabra de sus habitantes. Desde el presidente comunal hasta la joven de 21 años que atiende el bar Maná, dan cuenta de la tensión, la bronca y la desesperación que atraviesa a los pobladores.

“Con las crisis, acá cada vez viene menos gente, lo primero que cortan las personas cuando se gana menos o se quedan sin trabajo es esto”, explica la moza de Maná, mientras tira un café para su abuelo, el único parroquiano sentado en el bar.

La joven cuenta que todos en Acebal, de una u otra forma, están vinculados a la industria del calzado. “Como mi tía, que trabaja desde su casa y ahora no le están pidiendo nada”, ilustra la moza que dice haber participado de la marcha el jueves pasado, aunque reclama –a pesar de reconocer que fue “mucha gente”–, que “debería haber ido todo el pueblo”. También admite que es la primera vez que ve una movilización así en la localidad.

Las referencias a la crisis del sector, las quejas contra la política de importaciones y la desregulación de los controles aduaneros brotarán como géiseres en boca de los empresarios pyme y del presidente comunal, cuando cronista y fotógrafo de El Eslabón visiten la comuna y algunas fábricas (ver nota del semanario “Acebal cosecha los frutos del modelo”).

Por el relato de su gente, se entiende que la pequeña localidad de seis mil habitantes logró en la última década un despliegue fabril alrededor de la industria del calzado, permitiendo así a los hijos del pueblo quedarse a vivir donde nacieron, habilitando un horizonte laboral que complementaba el cada vez más tecnificado y expulsivo mercado agrario.

La restauración neoliberal instalada desde diciembre de 2015, que va derruyendo los cimientos de esa reindustrialización que impulsó el gobierno anterior, ya hace estragos en Acebal, otro pueblo que entendió que la revolución de la alegría era nada más que un engañoso eslogan de campaña.

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