¿Dónde está mi mapa?
Yo no sé, no. Todo o casi todo venía más o menos bien hasta que nos enteramos que la de geografía en la última semana de clases iba a pedir la carpeta. La noticia alteró nuestro ritmo cardíaco.
Yo no sé, no. Todo o casi todo venía más o menos bien hasta que nos enteramos que la de geografía en la última semana de clases iba a pedir la carpeta. La noticia alteró nuestro ritmo cardíaco.
Yo no sé, no. La sonrisa, esa sonrisa que Pedro recuerda de la seño de primero superior de la escuela Urquiza, esas sonrisas de los últimos días de noviembre, eran como aplausos, como aquel primer aplauso que en ese año la seño le
Yo no sé, no. Ese sábado, Pedro se despertó sabiendo que lo mandarían a la verdulería temprano, a eso de las 10, y que era muy probable que la abuela de Graciela lo iba a atender.
Yo no sé, no. Pedro me cuenta que siempre se le viene una imagen recurrente: que está en una noche de lluvia llegando en un mateo a su casa, y al bajar el conductor del carruaje le dice: “Quizás sea el último viaje”.
Yo no sé, no. Pedro después de besar a su abuela Aitii le preguntó qué pasaría con el tiempo. Su abuela, acomodando con una ramita las últimas brasas de su fuego tempranero, le contestó: “Para la tarde se nos avecina una lluvia”.
Yo no sé, no. Esa mañana con un fresquito atípico para noviembre, con Pedro llegamos justito con el churrero a la cancha de Pellegrini y Río de Janeiro. Cuando vimos al Rubén, nos quedamos tranquilos porque siempre caía 15’ antes.
Yo no sé, no. Esa mañana de un octubre fresco, Pedro abrió los ojos y lo primero que vio fue la pata del Bachicha colgando de su cama. Él, desde el piso, murmuró como buscando una explicación: “Seguro que la Tierra se movió".
Yo no sé, no. La ventana a medio abrir con esa cortina coqueteando con un viento primaveral nos dejaba escuchar el único sonido que, a pesar de ser reiterativo, semi mecánico, a la hora de la siesta no molestaba.
Yo no sé, no. En aquel octubre de mediados de los 60, Pedro, los viernes, cada vez que podía volvía al barrio, el mismo que hasta un año antes parecía que iba a ser su lugar para siempre.
Yo no sé, no. Esa noche del primer viernes de octubre, Pedro, con 7 años, casi no durmió. Por primera vez le daban a elegir. “Haré postre: budín de pan o panqueques, ambos con dulce de leche, ¿qué querés?”, le dijo la madre.