Tu luminosa sonrisa
Yo no sé, no. El sonido de los piques de una pelo en el piso del patio, ya sea de tierra o de cemento, para Pedro era inconfundible, hasta sabía por cómo sonaba de dónde venía y de quién era.
Yo no sé, no. El sonido de los piques de una pelo en el piso del patio, ya sea de tierra o de cemento, para Pedro era inconfundible, hasta sabía por cómo sonaba de dónde venía y de quién era.
Yo no sé, no. El último viernes de un febrero, que aunque lo quisimos estirar no pudimos, nos encontró con un presupuesto corto en los bolsillos así que la salida iba a ser cortita, hasta 24 y Lagos.
Yo no sé, no. Casi todo el mundo estaba esperando a la lluvia y nosotros también. Cuando digo “nosotros” digo Manuel, José, Pedro, Carlos, Raúl y yo. Eso sí, esperábamos que se cumpliera el pronóstico de “lluvias intensas”.
Yo no sé, no. Todos o casi todos los varones de la cuadra sabíamos que ese año sería el fin de los cortos. Y digo casi todos porque Josecito tenía un par de años menos, aunque él decía que sólo eran un año y medio.
Yo no sé, no. Ese viernes, hasta las 8 de la mañana, las nubes iban y venían. A veces lentamente y por momentos rápido, tanto que parecía humo. Para cuando aclaró un poco, con Pedro y algunos de la cuadra nos fuimos para el parque
Yo no sé, no. Los 15 últimos días de enero se presentaban como los más calurosos en años. En el barrio, los que pudieron se habían tomado el palo así que sin algunos amigos las horas de la tarde eran un bajón.
Yo no sé, no. Esa mañana cuando Pedro desenvolvió el tercer paquete notó que al camión que le había pedido a los reyes, uno grande con acoplado, le faltaba una rueda. Estuvo hasta pasado el mediodía buscando una solución.
Yo no sé, no. Parecía que no había llovido en años, el poco pasto que había se rendía a un amarillo que parecía crujir con sólo mirarlo. Se acercaba el 5 de enero y teníamos que conseguir algo verde, fresco y lo más tierno posible
Yo no sé, no. Ricardito andaba de aquí para allá con su cuaderno de 12 hojas. En ese cuaderno había hecho una rifa cuyo premio era un oso de peluche con la camiseta de Argentina con una inscripción que decía: “La original”.
Yo no sé, no. La idea de armar un arbolito de Navidad en el patio común a todos estaba buena. En la cuadra, desde hacía dos navidades, sólo había un par de arbolitos: uno lo tenía la Tolita, que vivía por Zeballos cerca de Callao,